LA CIUDAD SUMERGIDA

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El Sultán de Tánger Recita un Corán que Tiene Olor a Pólvora

Por Victor Almagro

EXCLUSIVO

TANGER– En la crónica de ayer nos referimos a la ciudad nueva, esa edénica urbe de negociantes nerviosos por hacer dinero.  También Tánger es una “ciudad abierta”.  De acuerdo al convenio de las potencias dominantes, ha sido declarada una zona neutral, por cuyos términos se “prohíbe todo acto de guerra en ese territorio”, lo que recuerda, si es que asuntos como este hay margen para la ironía, aquel reciente edicto de un alcalde pueblerino de Francia en el que prohibía dentro de su perímetro municipal “el transporte y uso de la bomba atómica”.

            Tánger es, a pesar de la lluvia de oro que anega a los europeos residentes, un explosivo, como todo el Marruecos, francés o español, bastantes pródigos en detonantes políticos.

            Para tranquilidad de los comerciantes europeos, no rige ninguna tasa sobre el volumen de los negocios, ni hay ningún impuesto sobre los ingresos.  Todas estas medidas de “Lalsser faire” han determinado que la vida económica de los árabes se oriente, en una pequeña parte, hacia los minúsculos negocios de artículos turísticos importados y que la mayoría de la población se vea reducida a la mas extrema pobreza o empujada a los limites de la inanición.  Los europeos se han preocupado de dar trabajo a los árabes, pero los changadores del puerto o los policías árabes en el barrio moro agotan el mercado del trabajo. Por eso los árabes no tienen otra salida que dedicarse a la política.

            Los turistas franceses, ingleses o norteamericanos pasean en auto con su obligada “Leica”, por la Avenida España, rambla que ciñe al mar.  Pero son escasos los que se atreven a caminar por las calles estrechas, sucias y sórdidas de Zoco-chico, el barrio árabe de Tánger, la verdadera Tánger de fenicios y romanos, el ghetto musulmán. Es la ciudad sumergida. Cerca de allí florecieron en remotos tiempos los jardines de las Hespérides, que producían “frutos de oro”, mucho antes del mercado negro.

            Bajo sus arcos se conservan algunas piedras simbólicas de la gran metrópoli fenicia que fue cuyos barcos hicieron temblar la bahía con su comercio. Hoy el barrio moro de Tánger no es más que un dédalo de callejuelas ahogadas por los muros, laberintos donde coexisten buhoneros, agitadores nacionalistas huidos del Marruecos francés, mujeres de todas las nacionalidades que alegran en bares apropiados a los marineros eventuales, comerciantes que venden encendedores austriacos fabricados en Italia, máquinas fotográficas japonesas tan pequeñas que caben en un puño cerrado y falsos pasaportes para prófugos que puedan pagarlos.

En el Zoco-Chico hay fuego

            Los pocos europeos que trabajan en el barrio árabe son españoles, casi todos de condición modesta.  Son mozos de bares o cafés, dueños de fonda con menú fijo o náufragos sin profesión.  El resto de la población es totalmente árabe y las calles del Zoco ven pasar diariamente no solo a tangerinos sino a berberiscos, herederos de viejos piratas mediterráneos y a campesinos marroquíes, arreando a sus burros de cargas en dirección al Zoco Grande sede del mercado.

            Al atardecer se reúnen en la gran plaza los narradores de leyendas, cuyas fabulas apenas musitadas se entrelazan con los pregones de “La voix du Maroc”, órgano político del movimiento nacional marroquí que ya no quiere fábulas. Graves ciudadanos vestidos con “chiladas” escuchan con atención concentrada al narrador de las viejas tradiciones y luego se encaminarán lentamente a tomar un té de hierbas (un té de ruda más barato que el famoso café moro, accesible hoy solo a los turistas con dólares).  En la misma plaza del Zoco Grande se instalan a esa hora luchadores, saltimbanquis y domadores de serpientes.  Por cinco pesetas puede apreciarse el arte de producir fuego de la boca y encender con sus chispas una mata de heno. Sin embargo, no sólo esta clase de fuego se gesta en las gargantas marroquíes.

            Rabat, donde posee su residencia el Sultán de Marruecos, bajo la mirada vigilante del Alto Residente francés, está muy cerca y también Argel, donde Messali Hadj conduce su “Parti du Peuple Argelien” y Casablanca, donde el movimiento nacional, por la liberación del pueblo árabe alcanza gran fuerza.  Tánger recibe y asimila esas peligrosas emanaciones y los retratos de Mossadegh, el primer ministro de Irán y de Nahas Bajá, premier egipcio se encuentran junto a la efigie del prudente Sultán en todo comercio árabe.

            Si se atraviesa la Puerta de los Azotes, por el barrio de Uad-Ahardan y se sigue por el complicado tejido de callejuelas hasta la Alcazaba, se llega al palacio del Sultán, viejo edificio convertido en museo por los franceses, donde se conservan restos romanos y portugueses y cuya planta alta ofrece la visión del mar.  Allí se toma autentico café árabe, denso como un licor viejo y en una habitación reservada comentan el Corán varios ancianos de barbas y “chilabas”, sentados junto a sus vasos de té. No hay nada de folklore aquí.

El Corán tiene olor a pólvora

Para el pueblo árabe- pleno de dignidad manifiesta, seguro de sí mismo, con un sobrio c…lo[1] en cada gesto- la tradición religiosa parece trocarse en una defensa contra la invasión del imperialismo.  En la vieja ciudad fenicia, la Asamblea Legislativa internacional que nominalmente la gobierna tiene la siguiente composición: 9 marroquíes (6 musulmanes y 3 judíos); 4 españoles; 4 franceses; 3 ingleses; 3 norteamericanos; 1 belga; 1 italiano; 1 holandés; 1 portugués y 3 rusos.  Para guardar las formas un representante del Sultán preside esta Asamblea.   Pero las decisiones de este cuerpo están sometidas al veto del Comité de Control, en manos de las potencias europeas, en realidad bajo el supercontrol de los norteamericanos.  En el derruido palacio del Sultán, los ancianos con barba de profeta parafrasean el Corán.  Pero no es necesario para percibir un acento de guerra en sus oraciones.

Artículo publicado en el Diario Democracia

Edición del viernes 4 de enero de 1952. Pág. 1


[1] No se puede leer esta palabra en el artículo

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