Homenaje del Congreso de la Nación a Jorge Abelardo Ramos

7/10/2014. por Jorge Raventos

Buenos Aires, 7 de Octubre de 2004

Señor Vicepresidente de la Nación, Don Daniel Scioli; Señoras senadoras; Señores Senadores; Amigas y amigos; Señores y Señores.

Acabamos de ver y oír, en el video, la imagen y el estilo inconfundibles del gran argentino que homenajeamos esta noche.

Jorge Abelardo Ramos, Víctor Almagro, Víctor Guerrero, Antídoto, El Colorado, Abelardo… con cualquiera de esos nombres–o más bien con todos- hablamos de uno de los mayores productores intelectuales de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX.

Uso adrede esa designación de “productor intelectual”, porque Ramos no fue tan solo un pensador o –palabra que le disgustaba- un “intelectual”, sino que además de elaborar un pensamiento creativo propio sobre la Argentina y produjo periódicos, grupos y organizaciones que siguieron o acompañaron sus pasos, editó sus libros y los de otros autores argentinos, latinoamericanos o extranjeros, del presente y del pasado, para mostrar sinfónicamente, coralmente una concepción de la Argentina, de Sudamérica y del mundo mirado desde acá, para ponerla a disposición de las nuevas generaciones.

Si no bastara con su propia obra –y ya hablaremos de ella-, alcanzaría con su trabajo como editor –un editor sin aparato editorial- para que ya ocupara un espacio en la cultura continental. Algunos nombres y algunos ejemplos: Carlos Pereira, Helio Jaguaribe, Alberto Methol Ferré. Roberto Ares Pons, Jorge Enea Spilimbergo, Luis Alberto Murray fueron conocidos en nuestro país por los tomos de la Editorial Coyoacán, que reeditó la Historia del Chacho Peñaloza de José Hernández, las estrofas gauchescas y las polémicas de Arturo Jauretche, los estudios de Juan Alvarez sobre las guerras civiles, las memorias de Sir David Kelly –embajador británico y sutil testigo de las horas de nacimiento del peronismo- y los recuerdos de uno de los fundadores de la Unión Obrera Metalúrgica, Angel Perelman: Cómo hicimos el 17 de Octubre. Parece un milagro que desde su Librería del Mar Dulce, acompañado entonces por unos pocos colaboradores, editara con Coyoacán más de 40 títulos en los primeros años de la década del 60, además de muchos otros con distintos sellos. Ramos fue también el que divulgó la obra política de otro gran pensador argentino, el riocuartense Alfredo Terzaga, de cuya muerte se cumplen este año dos décadas.

Pero sin duda la obra propia de Ramos supera sus grandes méritos como editor y difusor de ideas.

Esa obra nace, en verdad, y doblemente, en Octubre. En la revista Octubre, una pequeña publicación socialista revolucionaria que Ramos y un puñado de compañeros producían a mediados de la década del 40 y en Octubre de 1945, cuando se produce el nacimiento de una nueva época en el país, con la irrupción de las masas populares en el escenario político y la proyección del coronel Juan Domingo Perón al liderazgo de un gran movimiento nacional-democrático.

Bien entendido, la revista de Ramos no se llamaba Octubre por ese octubre criollo, sino en homenaje a Octubre de 1917.

Desde su adolescencia, después de abandonar el arduo aprendizaje del violín y unas primeras ideas libertarias, Abelardo se había formado en la atmósfera intelectual del marxismo. No, por cierto, en las filas del Partido Comunista teleguiado desde Moscú, sino en los pequeños cenáculos que admiraban la figura singular, solitaria y rebelde de León Trotsky.

Todo el mundo recibe alguna herencia, está formado o condicionado por alguna influencia espiritual. La medida de cada uno se manifiesta en lo que es capaz de construir con esa herencia. Y, a diferencia de la casi totalidad de la izquierda y las fuerzas marxistas de la época, ese Ramos de poco más de veinte años se bañó en las aguas del Octubre criollo e inició en aquel momento una trayectoria que lo vió permanentemente comprometido con el movimiento nacional que lideraba Juan Perón, en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras. Preferentemente en las duras. Ramos podría haber dicho con justicia los versos de Fierro: “Dentro en todos los bochinches, pero en las listas no dentro”…

Fue desde aquella experiencia vital que encaró una actividad intelectual y política que lo llevó a revisar la historia argentina y a afirmar una visión continentalista que tomaría forma con su primer gran libro: América Latina, un país, editado en 1949. En la misma época Juan Perón pronunciaría su luego célebre conferencia de la Escuela Superior de Guerra, en la que planteaba el objetivo estratégico de una alianza con Brasil y Chile, “suprimiendo las fronteras si es necesario”, para dotar a la región de una presencia fuerte en el mundo.

Ramos desplegó una visión histórica nueva y enraizada en el país, que se nutría en Moreno, Artigas y Alberdi y se inspiraba en la presencia protagónica de las masas populares contemporáneas y su conductor; buscó en la historia los antecedentes del presente y así construyó una interpretación riquísima y sugestiva, que descubría patria, democracia y cambio progresivo donde otros veían barbarie o feudalismo. La bandera “Religión o Muerte” de Facundo Quiroga –y tras ella su reclamo de una Constitución federal- resultaba más ilustrada que las utopías autoritarias de los iluministas; el ejército de Roca, extendiendo la soberanía del Estado a los confines y federalizando la Capital, una expresión clara del progreso; las luchas de Irigoyen contra el Régimen “falaz y descreído”, un umbral de la democracia y la integración nacional que sólo traspasaría más tarde el movimiento del 45.

Esa mirada incitadora que conectaba las luchas y las metas del pasado con las del presente, volcada en una prosa aguda, irónica y elegante fue un puente que facilitaría el tránsito de enormes contingentes de estudiantes y sectores medios urbanos a la mejor comprensión de la historia y de la política, en ese proceso caracterizado como de “nacionalización” de las clases medias que se observó a partir de los años 60.

Pero antes y después de esa década Ramos debió soportar el silencio o el hostigamiento del establishment intelectual en un arco que iba de izquierda a derecha (sin olvidar a lo que alguien llamó “el extremo centro”). El novelista Ernesto Sábato lo refleja en Sobre héroes y tumbas, donde pinta a Ramos en un personaje

–curiosamente bautizado Méndez por el escritor de Santos Lugares- de quien dice: “con los enemigos de ese se podría llenar el Centro Gallego”. Sábato es un termómetro preciso de aquel establishment.

En términos históricos y políticos Ramos enfrentó a esa forma del “pensamiento único” llamada iluminismo o, si se quiere, progresismo, que dibujaba un mundo homogéneo, geométrico, gobernado por leyes racionales universales para cuyo despliegue las tradiciones propias, los modos culturales propios de cada pueblo aparecían como supersticiones, obstáculos o rémoras erradicables, y las diversidades individuales o colectivas eran observadas como contingentes y susceptibles de ser reeducadas o…suprimidas.

Ese modelo iluminista estaba particularmente vigente en la izquierda que, por lo demás, se consideraba poseedora de las claves de la Historia…con mayúscula, y creía saber hacia donde ésta se dirigía…o debía dirigirse.

Ramos desnudó el pensamiento de esa izquierda que estigmatizó como izquierda cipaya. Despreciaba su satelismo y desconfiaba de ese antiyanquismo común en el Río de la Plata en el que veía, principalmente, su dependencia cultural de Europa. El nacionalismo cultural de Ramos no era aislacionista, sino la búsqueda de una fuerza y una voz propias con las que encarar la proyección universalista de Argentina y Latinoamérica. ¿Por qué copiar o imitar los conceptos y las categorías pensados por otros para otras realidades? ¿Por qué llamar “leones calvos”, como hacen los europeos, a nuestros pumas, que tienen nombre propio?

Ramos, proveniente de la atmósfera de la izquierda, construyó una corriente de izquierda particular: la izquierda nacional. El nombre suscita un equívoco: para él, sin embargo, “nacional no era un adjetivo, sino un sustantivo. El eje de su pensamiento. Esa izquierda que él preconizaba era la de un “socialismo criollo”, independiente de toda organización internacional y, sobre todo, de cualquier “centro” externo, estuviera localizado en Moscú, Pekín o La Habana.

En paralelo con el pensamiento de Perón, que desplegaba la lucha por la idea a través de la tercera posición justicialista, Ramos desarrollaba la idea de un socialismo “flor de ceibo”.

Ramos, por otra parte, concebía esa corriente patriótica y socialista como complementaria y hasta funcional al peronismo. Veía la necesidad de una fuerza de izquierda aliada y externa al justicialismo porque –afirmaba- el peronismo “no es socialista, sino que expresa el impulso de un capitalismo nacional de base democrática que nosotros apoyamos. Quienes respalden a Perón y quieran un futuro socialista tienen un lugar con nosotros. Si, en cambio, pretenden hacer socialismo dentro del peronismo van a terminar atacando su jefatura, que es la jefatura del movimiento nacional, y buscarán disgregar el movimiento”.

Cuestionó la política de quienes eligieron ese camino y peleó –con éxito- para evitar que al menos parte de una generación ingresara en la vía muerta del terrorismo.

Políticamente, Ramos mantuvo durante más de medio siglo su alianza leal con el peronismo desde afuera. Poco tiempo antes de morir, impulsó a sus compañeros del Movimiento Patriótico de Liberación (ya había abandonado la palabra izquierda) a ingresar al peronismo y disolverse en sus filas. Plena década del 90: Carlos Menem era Presidente de la Argentina y conductor del Justicialismo. Ramos ya había dejado de ser embajador en México, tarea que le encomendó el gobierno justicialista. Esa Argentina impulsaba vigorosamente la construcción del MERCOSUR, un hito fundamental para la visión continentalista de Ramos. Pocos años antes, el centro del llamado “socialismo real”, la Unión Soviética, se había disuelto. El mundo de la segunda posguerra, en el que Ramos se había formado, se clausuraba. La realidad cambiaba aclaradamente y era preciso pensar de nuevo. Ramos se refugió en lo propio, en las masas peronistas: “Me voy con la negrada”, le respondió desafiante a un periodista que quiso interpelarlo entonces.

El pensamiento de Ramos ha penetrado de tal modo en la sociedad que hoy casi podría decirse que al menos fragmentos de sus ideas se han convertido en sentido común: son muchísimos hoy los que “hablan Ramos sin saberlo”.

También hay algunos pícaros que hablan Ramos sin citarlo y sin darle el crédito que le corresponde. Inclusive existen muchos que en su momento lo combatían o calumniaban, que invocan hoy algunas de sus ideas para deformarlas a piacere.

Ramos se adelantó a descalificarlos cuando hablaba de los “papagayos de la izquierda”. De estar vivo, cuestionaría hoy, seguramente, a los papagayos de sus ideas…alzadas parcial y anacrónicamente.

Si algo lo caracterizó, fue su capacidad para mirar la realidad de frente, para interpretar los hechos nuevos con ideas nuevas. Hoy seguramente cuestionaría la miseria en la que vive más de la mitad de los argentinos, lucharía por la unidad del peronismo y por el despliegue de todo su potencial de cambio y justicia social y miraría el futuro próximo con la vitalidad y el buen humor de quien siempre confió en la fuerza del pueblo, de la Nación, de la Patria Grande.



Por Jorge Raventos

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