El Ejército y la Revolución Nacional

Los problemas teóricos de nuestra revolución comienzan a despertar la atención de la vieja izquierda, o para decirlo mejor, de aquellos jóvenes de los viejos partidos que se enfrentan a la nueva realidad. Se establece así una primera contradicción, muy explicable, por lo demás, entre los cauces anquilosados de las antiguas formaciones políticas en el Río de la Plata y las preguntas irreverentes de la nueva generación. Entre las cuestiones mas resistidas y desfiguradas por la izquierda tradicional figura la de una política socialista frente al Ejército. Intentaremos con unas pocas observaciones situar el problema en sus verdaderos términos.

El repertorio de ideas del socialismo rioplatense se nutrió, en sus orígenes, de la ideología importada por los artesanos europeos, que constituyeron a principios de siglo la clase trabajadora. De origen socialista unos y de ascendencia anarquista otros, todos coincidían en enjuiciar a nuestros países sudamericanos como simples provincias europeas. Había cierta lógica, debemos admitirlo, en esa óptica incorrecta, pues el imperialismo había creado en los dos grandes puertos pequeñas sociedades que, de un modo u otro, reflejaban las características de la sociedad capitalista europea. Pero a espaldas de Montevideo estaban los hombres de a caballo y las legiones gauchescas de Saravia; y a espaldas de Buenos Aires morían de una muerte lenta los últimos recuerdos de las montoneras. La izquierda nació en las ciudades y nació sin historia. Su historia verdadera estaba, si estaba en algún lado, en Europa y sus ideas eran las ideas generales del socialismo nacido en los grandes centros del poder mundial. Si el imperialismo acopló a nuestros estados como granjas y los vinculó orgánicamente a su poder, a su vez la izquierda de comienzos de siglo no se proyectó desde el interior de nuestros pueblos a la conciencia política, sino que se inyectó desde afuera como una prolongación europea de la penetración imperialista. Juan B. Justo no introdujo en la Argentina a Marx sino a Berstein . Y si este expresaba en Alemania la influencia burguesa en el movimiento obrero, en un país semi-colonial y semi-civilizado solo podía prosperar como manifestación de la ideología imperialista. De ahí el “antimilitarismo” de Juan B. Justo, su moral victoriana, su desprecio al mestizo y su repugnancia por la “política criolla”
Todo, entre nosotros, hablaba el lenguaje de las armas, pues si éramos, éramos por las armas; invasiones inglesas, revolución de 1810, abogados hechos generales, invasiones portuguesas, ejércitos artiguistas contra Buenos Aires y contra Portugal, disenciones civiles resueltas por la pólvora y la lanza, Guerra Grande o guerras chicas, todo había sido hecho por la milicia. Y ¿de donde provenía, entonces, ese “antimilitarismo” tenaz de que haría gala mas luego la izquierda rioplatense? Pues provenía de la tradición europea, no de la nuestra.
En Europa, en efecto, el régimen capitalista, que para triunfar llevó la guerra desde Valmy hasta Austerlitz y llamó a los ciudadanos “a las armas”, se había consolidado y se había transfigurado en imperialismo. En el interior de sus fronteras, el poder civil de la burguesía había logrado subordinar al poder militar y lo usaba para las aventuras coloniales; en caso de guerra civil empleaba el ejército para ametrallar el pueblo (1870, la Comuna). La nación se había realizado y, sobre todo a partir de 1870, las principales naciones europeas presentaban al mundo el espectáculo de clases sociales perfectamente diferenciadas: Marx estudió el papel de la burguesía, la clase media y el proletariado en Inglaterra, no en Colombia. El papel desempeñado por el Ejército en el Viejo Mundo no dejaba lugar a duda alguna: era un ejército de clase, era el brazo armado de la burguesía. Sobre esa realidad especifica la socialdemocracia elaboró sus puntos de vista contra el militarismo. Pero de esa realidad no podía inferirse de ninguna manera que el movimiento obrero socialista renunciase a adoptar una política destinada a “ablandar” las fuerzas armadas en la lucha revolucionaria. Y, como es siempre de suponer, el sector mas revolucionario de la socialdemocracia, que estaba encabezado por los socialistas rusos, encabezados por Lenín, demostraron teórica y prácticamente que el socialismo no es una abstracción intelectual, sino un método viviente. Fue precisamente Lenín, durante la revolución de 1905, quien advirtió la inquietud y perplejidad que los acontecimientos ejercían en el animo de los oficiales y soldados del ejército zarista. En su libro “La Revolución Democrática y el Proletariado”, el genial dirigente señalaba que, después de la insurrección del acorazado Potemkim, grandes sectores de la oficialidad zarista (formada en parte por la nobleza) vacilaban en su fidelidad al Zar, se amotinaban y se pasaban al campo revolucionario. Lenín consideraba ese hecho como un episodio fundamental para los destinos de la revolución, pues no era un hombre que gastaba frases hechas (aborrecía la fraseología “revolucionaria”). Enseñó durante toda su vida que la clase obrera y el pueblo no pueden por sí solos tomar el poder sin una profunda crisis en los órganos de coacción y sin que parte de estos se pronuncien por la causa revolucionaria.

Y esto ocurría en la Rusia Imperial, en el seno de la autocracia, donde todavía reinaba la servidumbre y donde los privilegios de casta y de clase revestían un carácter monstruoso. Esto ocurría en el Ejército de un Imperio que oprimía a mas de sesenta nacionalidades, no en países como los de América Latina donde los generales son nietos de inmigrantes o hijos de almaceneros.

EL ANTIMILITARISMO SOCIALDEMÓCRATA
Pero la tradición “socialista” que llegó a nuestros países no procedía de la Rusia prerrevolucionaria de Lenín, que era mirado por sus colegas de la Segunda Internacional como un energúmeno sin domicilio constituido, sino de los santones de la socialdemocracia alemana, inglesa o francesa, que hacían de “Oposición de su Majestad” a la burguesía imperialista. Para estos “maestros” el antimilitarismo servía en los días feriados. En caso de guerra, se volvían socialpatriotas. Es así que Juan B. Justo en la Argentina practicaba un pacifismo en tiempos de paz y un belicismo en tiempos de guerra, pero al servicio del imperialismo ingles, entonces predominante. El “antimilitarismo” del socialismo rioplatense y de todas sus variantes “izquierdistas” posteriores se fundaba en la ignorancia del pasado nacional y, en el fondo, a la renuncia de luchar seriamente por el poder. En definitiva, en los países semicoloniales, que deben realizar su unidad nacional, el partido revolucionario debe elaborar una política frente al Ejército. Muchas veces nos hemos referido a la diferencia funcional que existe entre el Ejército argelino y el Ejército francés, para elegir el ejemplo mas simple. En el Ejército argelino sus jefes no eran socialistas ni marxistas; por el contrario, política y socialmente procedían de la burguesía nacional o pequeña burguesía y hasta lo apoyaban jeques feudales. Pero a excepción del Partido Comunista francés, que se opuso a la independencia de Argelia, todos los revolucionarios del mundo sostuvimos la causa argelina.

No podía ponerse en un mismo plano al Ejército del mayor Villarroel en la Bolivia de 1943 que al Ejército “democrático” del general Mac Arthur. Sin embargo, en esa época, todos los izquierdistas, que apoyaban al Ejército imperialista de los EE.UU. en la segunda guerra mundial, condenaban simultáneamente a Villarroel como “nazi”, por su pretensión de organizar a los campesinos y de sindicalizar a los mineros. ¡Como para respetar a la “izquierda” de América Latina y sus descendientes, que hoy se figuran ultraizquierdistas!.
Al menos para un marxista, resultaba evidente que en el Ejército boliviano se expresaba la desesperación y la esperanza, todo a un tiempo, de la pequeña burguesía del Altiplano frente a la opresión imperialista. Los mismos fraseadores que se pavonean hoy con el triunfo de la revolución cubana, como si hubiera sido cosa de ellos, eran los que calificaban de “nazis” a Busch o a Villarroel. Para no recordar las cosas que dijeron de Perón y del “fascismo militar argentino”.

A esta clase de “antimilitaristas”, que pululan en los partidos de izquierda se les aplicaría el verso de Martín Fierro, que “olvidarse de algo, también es tener memoria”.

No ha faltado quien adujese, en relación con la revolución cubana, que allí “se había hecho lo que convenía, enfrentar al Ejército y destruirlo”. No es este el lugar ni el momento oportuno para examinar a la revolución cubana; solo diremos ahora que precisamente en Cuba la revolución no enfrentó a un ejército, pues Cuba carecía de el. Lo que había era una policía militar creada durante la ocupación norteamericana, una guardia pretoriana al servicio del imperialismo. Cuba no tenía ejército porque había sido durante cuatro siglos una colonia española, la tragedia se coronó cuando Martí se hizo matar por la independencia justo a tiempo para no ver a los Estados Unidos reemplazando a España y la Enmienda Platt en lugar de las ordenanzas españolas. ¿Que clase de ejército podía tener Cuba? ¿El del sargento Batista? Su fuga hizo desmoronar el aparato policial que no estaba insertado como factor activo en la historia cubana, sino que por el contrario se había construido contra Cuba. (1)

Pero lo que a nosotros los marxistas nos interesa en este problema es la espaciosa utilización que de la revolución cubana se hace en nuestros pagos para confundir el sentido y la estrategia de nuestra propia revolución. ¡Es el destino habitual que sufren todas las revoluciones a manos de sus vividores!

EL EJERCITO SEMI-COLONIAL
En lo que a nosotros respecta, no será ocioso recordar que el Ejército argentino está presente a lo largo de ciento cincuenta años de vida independiente. Esta presente para bien y para mal, al servicio del país y en contra de el, ha sido mitrista y montonero, porteño y nacional, artiguista y antiartiguista (Ramírez y Lopez), roquista y portuario, yrigoyenista y antiyrigoyenista, peronista y antiperonista, librecambista y proteccionista, aliado al pueblo y convertido en policía militar, defensor del Puerto y constructor de la unidad del Estado, exterminador de gauchos y conquistador del Desierto. Ha sido todo eso y quién sabe que destino le aguarda.(2)

Al aparecer las nuevas clases sociales en la Argentina, también el Ejército se ha integrado en ellas y sus oficiales, los mismos que ahora estudian a Marx para los cursos de guerra contrarrevolucionaria, no añoran a sus antepasados en las Cruzadas ni las baronías brumosas de estirpe normanda. A lo sumo recordaran en sus guarniciones al abuelo gringo que labró su chacra en el litoral o al padre bolichero que juntó peso sobre peso para costearle la carrera. Sus hermanos serán universitarios, burócratas o industriales. Pertenecen a la clase media, cuya heterogeneidad es característica. Y en el panorama convulso del mundo actual saben leer diarios como cualquier izquierdista porteño. Saben que la balanza del poder mundial se está inclinando irresistiblemente hacia el lado del socialismo y que la ideología del siglo es el socialismo.

La institución militar no se nutre de la burguesía nacional ni de la oligarquía agraria, sino que depende para su funcionamiento de las finanzas del Estado y de la ideología de ese Estado.

En una semicolonia, las relaciones de fuerza internas determinan que cíclicamente esa ideología y, en consecuencia, parte del Ejército, se hacen interpretes y defensores de esos postulados. El auge del nacionalismo burgués o las restauraciones oligárquicas encuentran su eco en las fuerzas armadas, que toman partido por una u otra clase social. Pero en la crisis que conmueve al mundo moderno, los oficiales argentinos deberán tomar partido por el socialismo, puesto que la clase obrera ya no puede esperar nada del nacionalismo burgués ni la pequeña burguesía de la oligarquía liberal. En el caso de que las fuerzas armadas se conviertan en el yunque y martillo del sistema colonial explotador en lugar de incorporarse a la lucha por la independencia nacional y el socialismo, no habrá porvenir para ellas. Nos corresponde, y así lo haremos, considerar al Ejército como una entidad que será desgarrada, como la sociedad entera, por el dilema contemporáneo. Debemos persuadir a sus mejores hombres que el partido proletario, al frente de la Nación Latinoamericana, es el único guardián de las tradiciones nacionales.

Si en una nación semicolonial dividida, como lo es América Latina, el socialismo revolucionario no es capaz de arrastrar tras su bandera, no solo al proletariado sino también a las clases medias urbanas y rurales, con todas sus profesiones, sectores y grupos, para asumir plenamente su soberanía, ese movimiento está condenado.
A los reaccionarios del Ejército les tocará la suerte de todos los reaccionarios. Pero a todos los demás, las puertas estarán abiertas para ese otro gran Ejército latinoamericano que habrá de realizar el programa inconcluso de San Martín, de Artigas y de Bolívar.
Puesto que estos tres nombres señalan al socialismo de este tiempo que, en un día no muy lejano, todos éramos americanos, todos estábamos armados y todos luchábamos bajo una misma bandera; esta y no otra es la verdadera actitud que un socialista revolucionario debe tener frente a las fuerzas armadas de una patria que no se pertenece a sí misma.

Publicado en la revista “Presente”, Montevideo, N° 1, abril de 1962

(1) Acerca de la historia del Ejército cubano y su naturaleza social ver “Historia de la Nación Latinoamericana”, del autor, pag. 578 y ss. Editorial Peña Lillo. 2ª Edición Bs. As. 1968.
(2) Un ejemplo típico de la decadencia política del Ejército argentino en el último período lo ofrece el cambio de mandos que se produce después de la caída de Perón en 1955. La generación militar que lo acompaño durante diez años fue eliminada de los cuadros activos. La suplanto un grupo de “reincorporados”, rápidamente ascendidos a partir de ese año, que estaban hasta ese momento fuera del ejército por varias razones: oposición cipaya a la Revolución Nacional, incompetencia profesional, divergencias ideológicas de varios órdenes: unas de índole nacionalista reaccionaria, otras nacidas del mitrismo porteño, siempre latente en un ala del ejército. El tono dominante de los mandos del Ejército argentino desde 1955 hasta la fecha está dado por el “occidentalismo” declarado, su adhesión irrestricta a los postulados internacionales del imperialismo, en particular del norteamericano, su aversión a la clase obrera, su ciego anticomunismo. Una clara indicación del servilismo político de estos mandos que hoy dirigen al Ejército argentino, se expresa en los cursos de “guerra contrarrevolucionaria” que se dictan actualmente en todas las unidades del arma.

Se trata de una combinación de las enseñanzas de la escuela colonialista francesa y de las doctrinas de la “subversión”, nacidas en el cráneo de los estrategas del Pentágono. Los oficiales jóvenes, por imperio de dichos cursos, están leyendo ciertas obras de Marx, Engels, Lenín, y Mao Tse Tung . Se enterarán, que duda cabe, de que el marxismo no es la formula de una conspiración insensata y diabólica, sino una concepción del mundo, una interpretación de la historia universal y lo que un jesuita llamaría “la idea terrena de justicia”. La introducción de los textos marxistas en las filas del ejército por obra de los generales reaccionarios es la broma más cruel que la historia se complace en jugar a las fuerzas del pasado. La doctrina revolucionaria que San Martín puso en la base inicial de la milicia criolla, se ha transformado en manos del actual generalato en una doctrina contrarrevolucionaria. Las enseñanzas de la historia argentina y del marxismo operarán en las cabezas de la nueva generación militar. Ya tendrán oportunidad de enterarse los generales.

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