Jorge Abelardo Ramos, el “inventor” de Ugarte. Marginalidad, canon y nación
Claudio Maíz
CONICET – Universidad Nacional de Cuyo
Resumen: En el presente trabajo pretendemos indagar la manera como ciertas lecturas resultan “interesadas” y están motivadas en necesidades que emergen del presente mismo de la lectura. Estas políticas de lectura recuperan o ignoran obras y autores dentro del canon cultural de una nación. Jorge Abelardo Ramos editó por primera vez a Manuel Ugarte en la Argentina, un libro que databa de 1910 (El porvenir de la América Latina). Le introduce un prólogo al que llama “Redescubrimiento de Ugarte”. La figura de este socialista argentino le sirvió a Ramos para alcanzar una síntesis entre socialismo y nación latinoamericana.
Atípicos y “malditos”: dos formas de la marginalidad
Hay ciertas categorías que han sido utilizadas en estudios de la cultura política y literaria argentina que aluden a la marginalidad o aislamiento del intelectual. En un libro colectivo dirigido por Noé Jitrik, Atípicos en la literatura latinoamericana, se procura abordar justamente a escritores que no reúnen las condiciones de cierta tipicidad que los hace previsibles y aceptables para la historia o la institución literaria. Lo típico posee siempre un carácter representativo, como dice Jitrik, de una “época, una clase, una persona o un discurso”. Con todo, quizás lo más interesante de su intento de definir la tipicidad de los escritores sea la de que los escritores típicos se avienen muy bien a la “obediencia a determinados códigos semióticos preestablecidos” y que ello constituye su seña de identidad. Quiénes serían entonces los “atípicos”:
Los “atípicos”, en consecuencia, podrían ser buscados y hallados a partir de los rasgos que caracterizan la tipicidad aunque, por cierto, refinando los criterios para reconocerlos como tales. Tomemos, rápidamente y en primer lugar, la idea de la obediencia a códigos semióticos preestablecidos; serían, en esa perspectiva, atípicos los escritores de ruptura. Pero no todos sino sólo aquellos cuya tentativa no ha sido aceptada y que, por lo tanto, residen en el sistema literario como tumores enquistados, como indigeribles o inasimilables manifestaciones de rechazo o como existencias paralelas de cuya validez y valor crítico respecto del sistema literario sólo tienen conocimiento quienes no se satisfacen con la mera aceptación de lo consagrado. De ahí que hablar de atípicos implica una labor de rescate (Jitrik, N. 1997, 7).
Los escritores de ruptura no tienen por qué ser aceptados en las aventuras de cambio o experimentación y no necesariamente tienen que haber sido fallidos. El mecanismo es mucho más complejo que la aceptación o no de la novedad que aporten. Pese a que Roberto Arlt no se encuentra entre los estudiados en el libro de Jitrik es un muy buen ejemplo de escritores “atípicos rescatados”, lo llamaríamos nosotros. Tarea esta de rescate que se impone la revista Contorno a mediados de la década de 19501. En consecuencia, podemos decir en general que existen en la literatura argentina como latinoamericana casos en los que los escritores desconocidos o rechazados por los cánones nacionales, luego y en determinados circunstancias, resultan “recuperados” del olvido o la marginalidad. Son movimientos hacia el interior del canon, reacomodos periódicos. Las categorías todavía admiten una extensión más de su campo semántico: “marginado” y “expulsado”. Cecilio Alonso define estos términos del siguiente modo:
[.] marginado es el expulsado o excluido, el que sufre exilio. Olvidado es el que se borra de la memoria colectiva y de sus instituciones mercantiles (editoriales) e historiográficas (académicas), una condición compatible con las otras dos. El olvido literario es pluridimensional: afecta irregularmente al desgaste vegetativo de la producción artística, a los fenómenos de cambio de gusto, a las imposiciones ideológicas, a los abusos de poder, a los intereses editoriales, a los criterios académicos y pedagógicos (Alonso, C. 2008, 13).
Se puede poner como ejemplo de lo anteriormente citado, la prédica de la revista Contorno y el debate abierto sobre la obra de Roberto Arlt2 dentro de la literatura argentina o el rescate de la obra del poeta Luis de Góngora por parte de la generación del 1927 española. Si nos fuéramos más lejos en el tiempo y el espacio, recurriríamos a la recuperación de la Antigüedad clásica llevada a cabo durante el Renacimiento europeo o a la de los románticos respecto de la Edad Media. Las causas por lo cual estas operaciones se producen son disímiles. Por lo general, son formas de relecturas, apropiaciones o “descubrimientos” de autores y obras que se hacen desde la tensión contemporánea en donde la tradición y el poder actúan. El “uso” dado a la obra de Arlt es paradigmático, tal como se resalta en Contorno, pues es centro de “rencillas” o “snobismo”:
A un decenio de la muerte de Arlt, su obra, casi olvidada durante este tiempo, es recordada desde las más diversas voces. Verdad que muchas de ellas dejan traslucir cierto ardor profesional y canibalesco, en aprovechar para usos y rencillas particulares a este ahora ilustre muerto de las letras [.] Más importante que es que también facilitan su adopción como antepasado, satisfaciendo nuestra necesidad de exorcizar genealogías que nos permitan empinarnos sobre nosotros mismos [.] (Elorde, R. 1954, 2).
La operación que Jorge Abelardo Ramos emprende con la obra de Manuel Ugarte posee rasgos similares, aunque no con fines literarios sino políticos. La línea separatoria, como se verá, es muy delgada o a veces imperceptible. Ramos lo admite explícitamente: “Reivindicamos a Manuel Ugarte como parte de nuestra tradición, del mismo modo que Haya de la Torre rescataba para su movimiento a González Prada, y Lenín saludaba en Chernichevsky y Herzen a los precursores insignes de la “intelligentsia” revolucionaria rusa” (Ramos, J. A., 1961, IX)3. Es interesante ver aquí la manera como asoman dos líneas medulares diferentes de la llamada “izquierda nacional” a la que J. A. Ramos contribuyó a forjar: por un lado el nacionalismo continental del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), movimiento surgido en el Perú y encabezado por el ya mencionado Raúl Haya de la Torre y, por el otro, el marxismo. Paulatinamente esta disociación irá soldándose hasta conformar las bases ideológicas de la corriente de un “marxismo nacional” (Regali, E. 2010).
El otro concepto que nos parece de valor reseñar con relación a nuestro tema es el de “maldito”. Como se sabe el “malditismo” en la literatura nace con la poesía moderna francesa. El poema “Bendición” de Las Flores del Mal (1857) de Charles Baudelaire abre la secuencia. Tiempo después, Paul Verlaine publica Les Poètes maudits (1884) refrendando en cierto modo lo que ya Baudelaire insinuaba sobre el quehacer del poeta: el genio se convierte en su condena. El libro de Rubén Darío Los raros (1896) se ubica perfectamente en esta línea a través de una serie de semblanzas de sus escritores admirados, en su mayoría franceses. Recientemente, Leila Guerriero (Guerriero, L. 2010) editó Los Malditos en el que reúne una serie de perfiles sobre algunos escritores latinoamericanos4. En Argentina, Norberto Galasso coordinó Los malditos: hombres y mujeres excluidos de la historia oficial de los argentinos (2005, 3 tomos), poniendo énfasis en la dialéctica de la canonización o exclusión de escritores en la historia denominada oficial. Ya había hecho algo similar en una obra titulada Manuel Ugarte: un argentino maldito (Galasso, N. 1985).
Ahora bien, la tarea de Jorge Abelardo Ramos como “inventor” de Ugarte debe enmarcarse a nuestro juicio a la luz de los conceptos de “atípico” y “maldito”. La razón de esta caracterización es a priori problemática, puesto que Manuel Ugarte podría admitir tales calificativos aunque no por motivos estrictamente provenientes del campo literario, sino porque además los rótulos anteriores bien pueden servir para una auto-caracterización por parte de quien se siente en igualdad de condiciones de atipicidad o malditismo. La figura de Ugarte entonces facilita la creación de una figura especular ilustre donde reflejar la propia marginalidad. En palabras de J. A. Ramos puestas como notas a la segunda edición del “Redescubrimiento de Ugarte” (1961):
Al rendir justicia histórica a la lucha de Manuel Ugarte, no perseguía un simple propósito de vindicación personal, por más legítima que fuese. Ugarte resumía en su largo exilio el infortunado destino del pensamiento nacional y yo veía en su peripecia individual reflejarse la suerte que corrían los disconformistas y rebeldes de su tiempo. Exilados en el espacio o en el tiempo, en la geografía o la historia, cubiertos por el espeso velo del silencio, el olvido, la desfiguración o la pura difamación, comprendía bien que todos los revolucionarios, de un modo u otro, y diferencias políticas aparte, corríamos un poco la misma aventura de Ugarte. Bien lo sabíamos nosotros, los socialistas revolucionarios que habíamos levantado la bandera intransigente del marxismo pisoteado por el stalinismo [.] (Ramos, J. A. 1961, 6).
Ugarte así se torna un retrato en el que la marginalidad o la incomprensión encuentran una lógica perteneciente a una instancia que va más allá de los avatares de un sujeto. Esta manera de concebir al individuo como parte de procesos histórico-sociales es propia del marxismo. León Trotsky (1879-1940) -como veremos su relevancia en el desarrollo de nuestra argumentación es prioritaria- pone en su autobiografía especial énfasis en esta concepción:
Bien, ¿y de la suerte que en todo esto ha corrido su persona, qué me dice usted? Ya me parece estar oyendo esta pregunta, en la que la ironía se mezcla con la curiosidad. A ella, no puedo contestar con mucho más de lo que ya dejo dicho en las páginas del presente libro. Yo no sé qué es eso de medir un proceso histórico con el rasero de las vicisitudes individuales de una persona. Mi sistema es el contrario: no sólo valoro objetivamente el destino personal que me ha cabido en suerte, sino que, aun subjetivamente, no acierto a vivirlo si no es unido de un modo inseparable a los derroteros que sigue la evolución social (Trotsky, L. 1929).
Por tanto no apelamos a razones psicológicas para afirmar lo dicho hasta aquí, sino que estos procedimientos han de rastrearse en las disputas dentro del campo intelectual y político del momento. Ramos y los reducidos grupos trotskistas experimentan la misma marginalidad que Ugarte, aunque conviene aclarar que Ugarte tuvo un importante reconocimiento desde el peronismo al nombrarlo embajador argentino en tres plazas distintas, entre ellas una muy importante como México5. Lo dicho bien podría responder a la pregunta de por qué Ramos se ocupa de Ugarte, aunque desde luego tal respuesta sería insuficiente, como veremos. Autor de una obra titulada América latina: un país (1949) secuestrada por el gobierno peronista, Ramos sufre la intolerancia del peronismo, aunque este episodio no lo arroje a las filas del antiperonismo. Trotskista defensor del nacionalismo peronista, ensayista consumado pero fuera de los círculos literarios, no intervencionista durante la guerra en un medio cultural que se inclinó sin hesitaciones hacia los aliados, en fin, latinoamericanista flanqueado por nacionalistas acérrimos o internacionalistas (socialistas o comunistas). Ramos percibe en Ugarte un reflejo de sus propias tribulaciones políticas que se asocian sin dudas a la marginalidad de sus ideas. Una marginalidad que, como los intentos de renovación estética en el arte, no tiene que ver con el contenido sino con las circunstancias en las que aparecen y se hacen debatibles. Paco Ignacio Taibo II en Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX afirma: “Todos ellos buscaron la revolución y fueron al infierno varias veces para encontrarla.” Al fin de cuentas en las historias de su “libro de guerra”, reconoce el escritor mexicano, “hay mucho trabajo contra el territorio de las sombras” (Taibo II, P. I. 2011, 18). En otras palabras, un accionar contra el olvido.
En suma, hay tres temas insoslayables a mi juicio en torno a la relación establecida entre la obra de Jorge Abelardo Ramos y la de Manuel Ugarte. El primer tema tiene que ver con el canon, el otro con la tarea de rescate que algunas generaciones hacen del pasado literario o cultural con vistas a intereses del presente y, por último, el que concierne a la noción de nacionalidad latinoamericana.
Campo intelectual: filosofía, política y arte
Como ha podido verse, la institución literaria produce periódicamente reacomodamientos en sus repertorios. En general se trata de la generación posterior la que realiza la faena de rescate cuyos fines deben buscarse en el presente. El caso de Manuel Ugarte que aquí nos ocupa no pertenece estrictamente al funcionamiento indicado, aunque tenga mucho de ello. Su “recuperación” fue un gesto político sin rodeos, no una dignificación literaria, más allá de que la mereciera. El artífice de esa recuperación fue Jorge Abelardo Ramos (1921-1994) con la publicación, en 1953, de El porvenir de América Latina, un libro que databa de 1910 y en el que Ramos introduce un prólogo en el que habla del “redescubrimiento de Ugarte”. En rigor el prólogo lleva por título “Redescubrimiento de Ugarte” fechado exactamente en Buenos Aires, agosto de 1953 (Ramos, J. A. 1961). Ramos cumple con el rito del “develamiento”, es decir, la tarea de sacar del olvido a un escritor de renombre pero ignorado completamente por el sistema literario argentino. En segundo lugar, debe repararse en un detalle especial, que la edición está hecha por la editorial Indoamérica. Raúl Haya de la Torre y Juan Carlos Mariátegui hacia la década de 1920 ponen en circulación la expresión Indoamérica. El primero representa un “indigenismo pluralista o de pacto social” y el otro, un “indigenismo marxista” (Rojas Mix, M. 1991, 254). Ramos ha dado un paso muy singular en la búsqueda de una síntesis que aúne tanto el antiimperialismo de Haya de la Torre como el marxismo de Juan Carlos Mariátegui.
Alberto Methol Ferré escribió de Abelardo Ramos: “Cada generación, cuando irrumpe a la vida pública, tiene el sello indeleble de la circunstancia histórica de su iniciación. [.] La experiencia inaugural de Ramos fue la guerra civil española de 1936” (Methol Ferré, A. 1994). Esta guerra que se extiende hasta 1939 constituye el prolegómeno, en muchos sentidos, de la guerra mundial que se avecinaba. La era democrático-liberal tocaba su fin y se abría un periodo de totalitarismos. El mismo Ramos al referirse a la década de 1940 ya observa que el advenimiento de un mundo dividido asomaba en los debates de esta parte de América, “porque también -dice- hay una parte de la juventud argentina de nuestra época que era inconformista”. Pero esa juventud expresaba de maneras diferentes su incomodidad con el mundo que les tocaba. Estaba fraccionaba entre los que gustaban de las dictaduras, afirmados en los mitos reaccionarios de la vieja Europa, “eran maurrasianos, monárquicos” y admiraban a Hitler (“bigote”) y a Mussolini (“el tanito del palazzo Venezia”). La otra parte de la juventud también gustaba de la dictadura, pero en este caso la del proletariado. Ambos bandos coincidían en algo de acuerdo con Ramos: “ni ellos ni nosotros entendíamos a la Argentina” (cit. Regali, E. 2010, 57). En la semblanza bio-ideológica de Methol se enfatiza el enorme impacto que tuvo la guerra civil española en la Argentina, un país con una enorme inmigración peninsular. Es probable que las efervescencias despertadas puedan compararse con la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos, aunque en aquella oportunidad las simpatías estaban por unanimidad con la nación española. En cambio la guerra civil española (1936-1939) fungió como un catalizador de las propias divisiones ideológicas que afectaban el campo político argentino. Escribe en el prólogo a la obra de Ugarte:
Las nuevas generaciones desconocen totalmente ese período político de la historia argentina y no es ningún accidente la llamada “generación del 45” que actuó en el maquis pro-imperialista en lucha abierta contra la clase obrera, haya sido el corolario inevitable de la etapa iniciada con la revolución setembrina. La “década infame” en la Argentina coincide con la etapa más negra de toda la historia del capitalismo. Es el propio periodo de la marcha siniestra del fascismo, de la derrota de la revolución española a manos de Franco y del Frente Popular stalinista, de los Procesos de Moscú, donde se extermina a toda la vieja generación bolchevique y el estallido de la segunda hecatombe imperialista (Ramos, J. A. 1961, 54).
Ramos por cierto se ubica entre los defensores de la República, pero su posicionamiento provenía de la raíz trotskista en la que se había formado. Esta guerra pondrá al desnudo las abismales diferencias entre la vieja guardia bolchevique representada por León Trotsky y la tesis de la “revolución permanente” y la política de Stalin y “el socialismo en un solo país”. En palabras de Methol Ferré:
Estallan los conflictos de los comunistas con los anarquistas y con el POUM de Andrés Nin. Purgas y asesinatos. Son también los grandes procesos de Moscú, en los que Stalin liquida a toda la vieja guardia “bolchevique”. Es aquí cuando Ramos se enfrenta con los grandes dilemas del marxismo contemporáneo. La figura y el pensamiento crítico de León Trotsky le subyugan y se vincula a un pequeño grupo “trotskista”, encabezado por Liborio Justo, el famoso Quebracho, y más esencialmente con Aurelio Narvaja, inteligencia tan poderosa como solitaria. Eran pequeños grupos marginales, asediados por el implacable aparato stalinista (Methol Ferré, A. 1994).
Esta circunstancia marca a fuego el devenir de su trayectoria política. ¿Qué relación puede tener esta marca generacional en el rescate de la obra de Manuel Ugarte? De manera directa ninguna, pero sí en lo que concierne a la formación intelectual de Ramos. No pretendemos una exhaustiva reconstrucción del campo intelectual (Bourdieu, P. 1999, 2002) argentino durante el peronismo. Muchos y variados son los estudios que lo han abordado (Acha, O. 2001; Altamirano, C. 2001; Ciria, A. 1983; Sigal, S. 2002). Sin embargo intentaremos situar los principales vectores que se entrecruzan en los años que acontece este “redescubrimiento” de Manuel Ugarte en 1953. Sin dudas que el campo está en un grado superlativo de tensión. El gobierno de Juan Domingo Perón ha dividido la sociedad argentina en sus diversas series: la social, desde luego mediante una arquitectura que invertía la pirámide; la política, porque su desenvolvimiento tenía un fuerte carácter hegemónico; y cultural, por las alianzas, a veces inexplicables, con sectores conservadores. La dialéctica de detractores y seguidores para comienzos de 1950 va subiendo aceleradamente sus niveles de violencia, que habrán de culminar con el golpe militar de setiembre de 1955 y el derrocamiento del peronismo. En ese contexto político convulsionado, entre 1954 y 1957 se publican Crisis y resurrección de la literatura argentina de Jorge Abelardo Ramos, El Plan Prebisch y Los profetas del odio de Arturo Jauretche, Imperialismo y cultura de Juan Hernández Arregui e Historia crítica de los partidos políticos argentinos de Rodolfo Puiggrós. La mencionada revista Contorno había introducido una manera dispar de comprender la cultura argentina, muy lejos de los parámetros de Sur, la revista dirigida por Victoria Ocampo (integrada además por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea) y que llenaba el espacio liberal. Sin embargo, no lograba presentarse como la única alternativa a la tradición liberal o al aparato cultural del comunismo: la “izquierda nacional” (Abelardo Ramos) y un nacionalismo popular y democrático (Arturo Jauretche) se lo impedían. Los proyectos culturales que circulaban por entonces en revistas como Verbum, como vocero del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras; Centro, que retomará en 14 números la labor anterior, Las ciento y una, dirigida por H. A. Murena y otras, tendrán en Contorno un verdadero condensador. Sin embargo, el proyecto cultural de la revista dirigida por los Viñas aparecerá enfrentado al de la generación de 1925, representada en la revista Sur, como al del partido comunista, al del peronismo y las posiciones políticas de Abelardo Ramos que respaldaban al movimiento encabezado por Perón. Sin embargo, en buena medida, ni con el PC ni con Sur serán tan destemplados como con Ramos y el peronismo. (Mangone, C. y Warley, J. I). Estas coincidencias eran posibles, escribe Oscar Terán, “mediante la común oposición a la política cultural en manos de los sectores católicos, nacionalistas y tradicionalistas”. Sigue Terán: “En este primer lustro previo a la caída del peronismo no aparecerá por ende una zona de escisión abrupta entre el proyecto de quienes formarán luego dentro de las filas contestatarias y los representantes del liberalismo cultural tan brillantemente encarnado en Sur. Por el contrario, entre ambos espacios existirán incluso puentes tanto temáticos como personales” (Terán, O. 1986, 197). Con todo, el “parricidio” de Contorno se efectúa en las personas de H. A. Murena y Ezequiel Martínez Estrada, es decir, en la línea de los ensayos de interpretación nacional basados en la intuición, el esencialismo y lo telúrico.
Ahora bien, que la revista Contorno haya introducido un nuevo modo de concebir la crítica resulta exagerado si por tal se entiende el establecimiento de una relación tensionada entre literatura y política, ya que esos enfoques estuvieron presentes en diversos ensayos críticos como los ya mencionados. Parece más atinado reconocerle que la literatura “no puede -y no debe- ser ‘reducida’ a una suerte de subproducto superestructural de fenómenos políticos que la engloban o la determinan: la literatura puede leerse en la política, y la política en la literatura, pero no existen relaciones de inclusión o implicación entre una y otra” (Diego, J. L. 2010, 401). En este modo de concebir la crítica residía un nudo problemático, puesto que desde visiones marxistas o nacionalistas, los ensayos ya aludidos fijaban explícitamente “relaciones de inclusión o implicación” entre la literatura y la política. Escribe Ramos en Crisis y resurrección de la literatura argentina (1954):
No ofrecemos al lector una exposición sobre la literatura pura: ni los esfuerzos de la química han logrado situar nada en estado específico. La impureza, por el contrario, es el modus constante de la naturaleza, de las letras y también de la política. Todas las tentativas de “purificar” algo concluyen generalmente en su esterilización. Nuestro tema será en consecuencia lo nacional y lo europeo en la literatura argentina y, por implicación, en la formación del pensamiento nacional latinoamericano (Ramos, J. A. 1985, 44).
Los blancos de sus críticas serán dos escritores de la cultura liberal antiperonista: Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada. Este análisis de las letras argentinas provocará una réplica de Ramón Alcalde, miembro de la revista Contorno en el número 5/6 de setiembre de 1955 en nota titulada “Imperialismo, cultural y literatura nacional”. Alcalde señala el extremado maniqueísmo con el que Ramos trata el problema de la relación euro-americana y que tiene sus repercusiones en la literatura argentina, pero también Alcalde peca de simpleza a la hora de considerar el rol del imperialismo en las literaturas nacionales (Mangone, C. y Warley, J. VIII). La crítica también provendrá de la revista Sur (Sebreli, J. J. 1954-1955). Ramos no deja dudas sobre sus concepciones en torno del arte cuando se refiere a Manuel Ugarte: “Pero no queremos hablar aquí de literatura sino de revolución” (Ramos, J. A. 1961, 10).
La comunidad organizada: centro gravitacional del antiperonismo
Si como ha escrito Carlos Altamirano la irrupción del peronismo dividió en dos la historia argentina del siglo XX (Altamirano, C. 2001, 19) ¿cuáles son las razones por las cuales en la reconstrucción del campo intelectual de esos años no se consideran los textos producidos por el peronismo? El discurso peronista es “el” foco de tensión con la intelectualidad antiperonista. La discursividad del peronismo no es meramente retórica, ya que su accionar en el poder procura anclarse en una filosofía política que ofrezca bases para la praxis política. De manera que quisiéramos suplir en parte este comportamiento de la crítica de la historia intelectual. Debe agregarse a lo dicho que el surgimiento de una cosmovisión de izquierda que comprendiera el papel revolucionario de los movimientos de liberación de posguerra es a consecuencia de la irrupción del peronismo en la escena política. Hubo que tomar posición frente a ese fenómeno sin precedentes. En tal sentido, la frase de Altamirano adquiere toda su dimensión. De una punta a otra del arco político. Ahora bien, ¿dónde se encuentran esos fundamentos “teóricos”?. En muchos textos, Perón fue lo que Methol Ferré llama un político-intelectual. Sin embargo, en buena medida la respuesta debe buscarse en la Comunidad Organizada que data de 1949, casi a un lustro de la culminación de la guerra mundial. Tal es el mundo para el cual Perón formula sus ideas, es decir, un mundo bipolar, cuya división fundamental se establecía a partir de la coordenada Este-Oeste, olvidando que la mayor conflictividad estaba en la relación Norte-Sur. La Comunidad Organizada procede de un discurso pronunciado por Perón en el Primer Congreso Nacional de Filosofía6.
Perón que no era filósofo de profesión cumplió a su modo con estas dos premisas: ideó para el mundo en crisis un nuevo programa de acción, fundado en principios de la filosofía occidental, pero que llevaban el sello innegable de la condición periférica. Ya que ésa, la periferia, era el lugar desde donde Perón pensó los instrumentos políticos para el nuevo ordenamiento mundial. Es un hecho que a lo largo del Congreso sobrevoló la idea de un mundo en crisis, y que la herencia filosófica de otro tiempo no podía asumirse con una seguridad ingenua sino, más bien, con el desasosiego propio de un nuevo tiempo. El nudo filosófico de la conferencia de Perón es la oscilación del hombre entre la materia y el espíritu y la manera como históricamente este vaivén ha tomado forma. En el ir y venir de filosofías idealistas a las filosofías materialistas, Perón retoma la figura del centauro para simbolizar al hombre: mitad humano, mitad bestia, que intermitentemente es ganado por uno u otro costado. Su posición es clara, ante los extremos propone una filosofía conciliatoria. Por ello, propicia una ética de las acciones comunitarias como alternativa al hiperindividualismo demoliberal y al totalitarismo del estado soviético. Siguiendo al principio aristotélico, Perón considera al hombre como un ser que sólo se realiza en la convivencia social: la ética culmina en la política, en la medida en que el yo se funde en un nosotros. En la cima de su argumentación teórica se ubica la comunidad organizada, como síntesis de un todo estructurado según la ley de la armonía, categoría fundamental de la existencia humana. Pero dicha armonía no se alcanza si no es por medio de la justicia. De ahí que en su idea de la organización social y la obtención de la justicia, Perón puso distancia con la dialéctica de la lucha de clases o, en la orilla contraria, las fuerzas del mercado propio del capitalismo: en su lugar promovió la conciliación, en tanto respuesta a la comunidad mecanizada en la que había sido anulado el hombre.
El otro factor que el peronismo vio como la coordenada a través de la cual podía ordenar y organizar la sociedad fue el trabajo. Existe una sola clase de hombres, decía Perón, la que trabaja. La función educativa y formativa que el trabajo cumple se verifica en el hecho de que sitúa al hombre en relación concreta y directa con el conflicto. En general, las teorías revolucionarias del siglo XIX y XX, como el marxismo, el leninismo y el fascismo, se basan en este principio. El trabajo otorga una identidad, por lo tanto, también una dignidad, pues le asigna al hombre un lugar en relación con los otros individuos. El sindicato, la huelga, la solidaridad, la lealtad, la preocupación por la marcha general del país forman parte del sistema de valores que acompañan al mundo del trabajo. De ahí que los trabajadores sean el sector más dinámico y más dispuesto al cambio en una sociedad. Por tal motivo, Perón se recostó en ese sector para emprender las grandes realizaciones, dándole la identidad de origen al peronismo con ese mundo del trabajo, del conflicto, de la rebeldía social.
El “bonapartismo” fue la categoría con la que el marxismo designó a las políticas de conciliación de clases de Perón. La alianza de clases se hace factible siempre y cuando exista un gran proyecto común y con una insoslayable salvedad: no hay armonía política donde no hay justicia social, por ello los actos del Perón gobernante, más allá de los debates que generen, estuvieron movidos por la voluntad de instrumentar la justicia en una sociedad donde no la había. De las diversas miradas políticas que tuvo la Argentina durante el siglo XX, la de Perón se cuenta entre las más inteligentes y quizás esta aguda capacidad de observación de la contemporaneidad que ha dado el peronismo, sea lo más permanente de su doctrina, forjada en la acción misma.
La relación del Estado con el individuo fue quizás uno de los aspectos más irritativos de la era peronista (1945-1955). El tema, claro está, no es nuevo; lo conflictivo de esta relación se remonta al nacimiento mismo de la organización estatal. Sin perdernos en esos laberintos históricos, circunscribamos el asunto a dos momentos. Es preciso remarcar que, en este proceso de definición de la nueva relación estado-individuo juega un papel fundamental la concepción de la Comunidad Organizada. En gran medida éstos son los grandes principios filosóficos que dividen el campo intelectual por entonces. Descontando las posturas positivas, el campo político-cultural sólo puede verse como antagónico, habida cuenta que desde perspectivas más progresistas o conservadoras, el peronismo sienta las bases del debate que es más que ideológico. Frente a este “bonapartismo” subyacía una idea crucial que dividía las izquierdas argentinas. Por un lado, la Argentina era un país capitalista (tesis del Partido Socialista y el Partido Comunista), por lo tanto la única tarea revolucionaria consistía en plantear la lucha entre burguesía y proletariado; por otro lado, la Argentina era un país semicolonial en el que los movimientos policlasistas y de liberación nacional debían ser apoyados para llevar adelante grandes tareas pendientes (control soberano de la economía, organización de la clase trabajadora, independencia de los poderes imperiales). Ramos se inscribía en esta segunda consideración. De ahí que la cuestión nacional fuera entonces un centro de discusión de muy alta densidad política.
La revolución nacional: ¿nacional-latinoamericana o socialista?
El otro gran debate es en torno a la nación. Una historia nacional, una literatura nacional, un patrimonio nacional y así podríamos continuar la enumeración, lo que nos convence de que hemos estado atravesados por la delimitación de lo “nacional” para todo lo que atañe a nuestra existencia ciudadana, identitaria, familiar, comunitaria, cultural, etc. La fuerza del “determinismo nacional” ha sido tan poderosa que ha cruzado más de dos siglos, por lo menos7. Independencias políticas, construcción de los estados nacionales y definición de las identidades constituyen los ejes centrales de los estudios del siglo XIX en el campo de las ciencias sociales y las humanidades. Más aún, los nudos problemáticos se desagregan en parejas, tales como: naturaleza-historia, destino-artificio, fatalidad-invención, romanticismo-ilustración. De esta manera resume Gisela Catanzaro, en un libro sugestivamente titulado La nación entre naturaleza e historia (2011), una parte fundamental “de los lenguajes con los que las ciencias histórico-sociales han pensado -y piensan- la nación” (Catanzaro, G. 2011, 17).
Hoy podemos decir que la nación no es ni una “esencia” ni una “invención” en sentido estricto, sino una manera de concebir la colectividad, un modo de existir dentro de una organización social (Guerra, F. X. y Annino, A. 2003). El origen de esta modalidad de estructuración social se encuentra claramente fijado por la modernidad. Nada hace pensar, justamente porque su surgimiento es histórico, datable, que vaya a existir por siempre. Más aún, quizás su agotamiento es lo que la convierte en objeto de estudio tan demandado (Catanzaro, G. 2011, 29). De modo que en la actualidad la revisión de estos modelos de integración social se impone para comprender mejor el atractivo de una visión latinoamericanista como la de Manuel Ugarte, por aquellos años, las cuales presentan notables diferencias con los modos imaginados durante el siglo XIX. En suma, en los años que consideramos lo que ha quedado frente a frente como unidades radicalmente diferenciadas son las bases ideológicas de tres componentes (independencias, estados nacionales e identidades) y la tesis de una América Latina unida.
La nación ha sido el dispositivo simbólico, jurídico y político que más espesor ha tenido, pese a su corta vida si se la compara con otras formas de organización social. Sin embargo algunos de los componentes que se pensaban propiamente de la nación se han ido revelando como mecanismos que no siempre responden a voluntades reconocibles, detectables. En esta línea de razonamiento se podría argüir que lo nacional ha perdido fuerza explicativa, digamos por ahora, en todo lo que concierne a los fenómenos culturales. Con todo, desde una “epistemología constructivista realista” es necesario admitir que existe una realidad nacional constituida por un complejo de fenómenos. De un lado, por fuera de los marcos discursivos y por tanto imponen límites precisos (económicos, políticos, geoestratégicos) a nuestro propio conocimiento; pero paradójicamente adquieren significación en tanto y en cuanto esos hechos son leídos desde alguna perspectiva de sentido (Máiz, R. 2007, 10). No existe lo que Máiz llama “mundo nacionalitario” que sea “objetivo”, “exterior”, absolutamente al margen de nuestros marcos conceptuales y culturales (Ibid.) Esto es lo que en verdad nos importa y queremos indagar.
Los descentramientos parecen ser las consecuencias iniciales que la globalización puso en movimiento y las literaturas latinoamericanas fueron quizás las primeras en sentir el impacto al verse desfasado varios de sus componentes y las relaciones entre ellos, a saber, el espacio nacional, la lengua, la memoria, la tradición literaria, la cultura y la identidad. ¿Qué tan nacionales resultan los productos culturales, como consecuencia de las migraciones y el tráfico incontrolable de bienes simbólicos? ¿No han dejado de serlo otros fenómenos, como los flujos económicos y financieros? Lo que hacía “nacional” algún componente simbólico o cultural hoy ya no es seguro, como sí lo fue cuando la literatura y el nacionalismo adoptaron formas modernas y vinculantes (During, S. 2010, 190). Las prácticas del ejercicio del poder, la organización territorial del Estado, la socialización, los sistemas educativos y la trasmisión de símbolos culturales y políticos actuales son diferentes en comparación con ese momento. Tal como lo afirma Pérez Vejo, “la historia de los dos últimos siglos en occidente [.] en el conjunto del planeta, es la historia de las naciones” (Pérez Vejo, T. 2003, 277). Cuando la literatura y el nacionalismo adoptaron formas modernas y establecieron vínculos cercanos (During, S. 2010, 190).
De los grandes mitos de la modernidad, la nación parece ser la única en salir indemne del huracán de los acontecimientos a que dio lugar la crisis de la modernidad. La idea del progreso, el triunfo de la razón, la lucha de clases no pudieron resistir a las fuerzas desatadas por la posmodernidad (Pérez Vejo, T. 2003, 277). La naturalidad con la que se ha tomado a la nación ha venido siendo cuestionada desde las últimas décadas del siglo XX. Dos ideas impugnarían dicha naturalidad: la historicidad, como ya se ha dicho, del concepto de nación, por tanto carece de universalidad en el tiempo y el espacio, consecuentemente su existencia está sujeta a los avatares de los acontecimientos históricos; la otra noción, es la modernidad de la nación como organización social, es decir, “la nación -sigue Pérez Vejo- sería la respuesta histórica concreta a los problemas de identidad y de legitimación del ejercicio del poder creados por el desarrollo de la modernidad (Pérez Vejo, T. 2003, 278). ¿La idea de las naciones como una creación imaginaria es una mera elucubración teórica? (Pérez Vejo, T. 2003, 282). Los hechos no parecen darle la razón a esta perspectiva: en apenas 20 años, de 1811 con la independencia de Paraguay a la disgregación de la Gran Colombia, en 1830, emerge un total de quince nuevos Estados. Pese a ello y como lo ha señalado, entre otros Benedict Anderson, los estudios sobre el nacionalismo y la nación han prestado una escasa atención al proceso hispanoamericano8.
Sin dudas la construcción de las naciones es un problema historiográfico de envergadura tanto para América como para Europa, como se desprende de los sucesos posteriores a la independencia americana en España y constituye un reto para la historiografía del mundo hispánico (Cfr. Avila, A. 2008). Su resolución desde luego no es sencilla puesto que la disputa entre “constructivistas” y “esencialistas” es ardua. Si estos últimos no alcanzan a ver el papel que algunas instituciones y en especial los intelectuales cumplen en la elaboración de las figuras identitarias y unitivas de la nacionalidad, los constructivistas a veces exageran los momentos mitogenéticos de la nacionalidad, además de no dar evidencias claras de tales procesos.
Es probable que una síntesis de la versión “mitogenética” se encuentre en este fragmento de Manuel Ugarte, que los “constructivistas” someterían a un análisis deconstructivo, seguramente. El pasaje se desprende de la relación que el sujeto establece con la nación:
[.] la bandera no es un símbolo caprichoso, no es una simple combinación de colores, no es un trozo de tela recortada, es la representación concisa y visible de las costumbres, de las aspiraciones y de las esperanzas de un grupo, la materialización, por así decirlo, del alma colectiva, de lo que distingue, de lo que nos sitúa, de nuestras cualidades, de nuestros defectos, de nuestra atmósfera local, del conjunto de circunstancias y de detalles que hacen posible nuestra vida, de tal manera que entre sus pliegues que flotan al viento, parece que hubiera siempre un pedazo de nuestro corazón (Ugarte, M. 1922, 100).
Los constructivistas admiten como piedra basal que la nación es la fe en un relato que habla sobre orígenes, un imaginario poblado de vivos y muertos (Pérez Vejo, T. 2003, 298). De dónde proceden las diferencias entre las historias nacionales: del poder político que en función del presente ha hecho sus elecciones del pasado. A cada Estado le corresponde una historia nacional (Pérez Vejo, T. 2003, 299). Pérez Vejo insiste en el valor del “capitalismo de imprenta” señalado por Anderson. A la reconstrucción de las redes burocráticas que propone agrega las simbólicas, que se expanden en “una gaceta, un periódico o una revista” (Alonso, C. 2003, 235). Se trata de “una red invisible de pertenencia, la forma en que se crea una red de lectores de ámbito nacional permite ver también los avances en la construcción de la nación.” De ahí que sea crucial “la difusión geográfica de los periódicos o la forma en que las capitales extienden su público de lectores a los últimos rincones del país, es también un reflejo de cómo la nación se construye” (Alonso, C. 2003, 235).
La homogeneidad nacional se convirtió en todos los casos en un principio imprescindible y necesario para la elaboración del relato, aun en sociedades pre-nacionales que no lo eran, a decir verdad su estructura era diametralmente diferente (división étnica, estamental, cultural, derechos, etc.) (Quijada, M. 2000). La homogeneidad se filtra a través de la igualdad procedente de las ciudadanías creadas en las constituciones. Aunque ya se sabe igualdad no es sinónimo de homogeneidad, antes bien la igualdad perentoria e imaginaria mimetiza y desfigura la desigualdad. Con todo y asumiendo como plausible la perspectiva constructivista, no supone ninguna novedad extraordinaria, habida cuenta de que en la historia humana abundan los intentos de inventar pasados y tradiciones en un marco contextual cargado de intereses y tensiones. Sin estos marcos la pérdida de los sentidos prácticos es irremediable. La pregunta de fondo es “por qué ciertas narrativas, construcciones de ideas territoriales, nociones de categorías de personas o de ciudadanos se imponen, mientras que otras van directamente a parar al basurero de la historia” (Grimson, A. 2011, 17). El interrogante que se formula Alejandro Grimson tiene como finalidad restituir las construcciones sociales exitosas a los “marcos reales en los cuales las personas viven, piensan, sienten y actúan” (Grimson, A. 2011, 18).
Hasta aquí el estado de la cuestión sobre la problemática de la nación. La secuencia podría sintetizarse de este modo dicotómico: nación metropolitana-nación periférica; nación esencialista-nación constructivista, ambas conceptualizaciones como las más actuales. Mientras que la dualidad correspondiente a los años que nos ocupan sería: nación semicolonial-liberación nacional. Así las cosas, digamos que la cuestión nacional fue el centro del debate para el marxismo. El internacionalismo marxista había inculcado que los obreros no tienen patria, ello, empero, no impedía que el proletariado tomara para sí las tareas que la revolución burguesa no había concluido. Ramos habrá de encontrar en la obra de Manuel Ugarte la síntesis posible entre un nacionalismo provinciano, cerril, antidemocrático y un internacionalismo abstracto e inconducente. La medida intermedia venía dada por la “nación inconclusa” que era América Latina y a la que tanto empeño puso Ugarte para lograr su unificación. Desde la comprensión del papel histórico-cultural de la generación de 1900 iberoamericana y la prédica de León Trostsky a través del famoso texto (por lo menos para los trotskistas) “Por los Estados Unidos Sociales de América Latina”9, Ramos descubre una síntesis. Contribuye a ello la tesis leninista del imperialismo y la de “naciones opresoras” y “naciones oprimidas”. La caracterización de la Argentina como una nación semicolonial, sometida al imperialismo norteamericano y anglosajón proviene de esos cauces ideológicos. Es así como el fracaso de esa generación, cuyos planteos estuvieron hechos en un tiempo inapropiado, encontraron en Ramos el modo de ser reivindicados en su legítimo papel de intelectuales:
Para comprender el rol de los intelectuales en la vida del continente, y explicar la situación histórica de Ugarte, es preciso admitir que el imperialismo actúa en las colonias o semicolonias de una manera combinada y no puramente económica y financiera. No sólo vence, sino convence, vale decir, no controla únicamente las llaves maestras de la existencia nacional de la que extrae dividendos, sino que necesita instrumentos de dominación más sutiles pero no menos poderosos para producir en paz esos dividendos. La creación de una mitología antinacional, el estímulo a todas las formas culturales de autodenigración, la benevolencia y el apoyo hacia todas las expresiones de la cultura importada y un interés desmesurado hacia las creaciones del espíritu europeo, [.] son los rasgos fundamentales del trabajo imperialista en la órbita cultural (Ramos, J. A. 1961, 15).
Ahora bien, en lo que concierne expresamente a la cuestión americanista, Oscar Terán expresa su asombro cuando se trata de una reivindicación que proviene de distintas vertientes que perfilan un territorio casi exclusivo “donde coinciden expresiones provenientes de la cultura peronista, del liberalismo, de la izquierda y también de la franja denuncialista” (Terán, O. 1986, 198). Más que una confluencia de intereses se trata quizás de una divergencia encubierta, mimetizada. Terán recuerda el artículo de Beatriz Sarlo sobre “la perspectiva americanista” en los primeros años de Sur (Sarlo, B. 1983). El arco de este americanismo iría del socialista peruano Mariátegui a Waldo Frank. Pero hay una observación reveladora que hace Sarlo respecto del término “americano” y que en cierto modo deshace la tesis de la coincidencia de preocupaciones: el uso del término no está claro y habría que averiguarlo, dice Sarlo (Sarlo, B. 1983, 10). En rigor, tal “americanismo” no apela a las tradiciones provenientes de la historia de América del Sur, sino que el “americanismo” de Sur está formado de una mezcla de “panamericanismo” y una zona intermedia entre “cosmopolitismo” y “argentinismo”. La misma autora lo reconoce, pese a la incorporación del tema americano, Sur no deja de ser una “fracción de la alta burguesía en el campo intelectual” (Ibid.). Como se podrá observar la izquierda más cercana al peronismo proveniente del trotskismo de Ramos basa su opción latinoamericanista en la teoría del imperialismo leninista, como se ha dicho, pero también en el armado de una estructura ideológica que estreche el bolivarismo, como síntesis de la unidad continental, con el marxismo, como un enorme desafío de la clase trabajadora latinoamericana.
En conclusión, luego de nuestro recorrido bien podría preguntarse si un texto que alude a Manuel Ugarte termina hablando más de uno de sus lectores -Jorge Abelardo Ramos- y a la vez su primer editor argentino. Una respuesta afirmativa tendría sentido si nos apoyáramos en el papel que juega el lector en la configuración de algunas mitologías sobre el autor. A su vez se podría pensar también desde una épica del intelectual comprometido, que a algunos le provenía de la prédica de Jean Paul Sartre (los del grupo de la revista Contorno) y a otros de la tradición revolucionaria bolchevique (los diversos grupos trotskistas que Ramos integró). Ambas perspectivas a nuestro modo de ver son factibles. Sin embargo en el centro del debate está el “hecho maldito” denominado peronismo, el gran divisor de las aguas políticas y culturales de la Argentina. Manuel Ugarte no fue el “marginal” ni el “raro” ni el “maldito” durante el gobierno peronista. Tuvo su reconocimiento con tres plazas diplomáticas (aunque después tuviera que abandonarlas por diferencias burocráticas), sin embargo los honores no supusieron la difusión de su pensamiento y fue la tarea que Ramos se autoimpuso. Ugarte, para aquellos años, representaba todavía vagamente su propia búsqueda: un socialismo para latinoamericanos, un marxismo que comprendiera la nación (a pesar de que Ugarte nunca fue marxista) y la unidad de los pueblos latinoamericanos como la vía revolucionaria de entonces.
Notas
1. La revista Contorno se extendió de 1953 a 1959, dirigida por David e Ismael Viñas (integrada por Noé Jitrik, Adolfo Prieto, León Rozitchner, Juan José Sebrelli, entre otros).
2. Contorno nº 2, mayo de 1954 (Dirección: Ismael Viñas y David Viñas) Dedicado a Roberto Arlt: Conte Reyes, Gabriel (seud. de David Viñas), “La mentira de Arlt”; Viñas, Ismael, “Una expresión, un signo”; Elorde, Ramón (seud. de David Viñas), “Erdosain y el plano oblicuo”; Solero, F.J., “Roberto Arlt y el pecado de todos”; Gorini, Juan José (seud. de David Viñas), “Arlt y los comunistas”, entre otros trabajos.
3. Seguimos esta edición de 1961 que no presenta variantes respecto de la 1953, pero tiene algunos paratextos de gran interés, como por ejemplo una nota agregada a esta segunda edición. Los intelectuales nombrados Nikolái Gavrílovich Chernishevski (1828-1889) y Aleksandr Ivánovich Herzen (1812-1870) fueron demócratas y revolucionarios rusos; el primero además filósofo materialista, crítico y socialista utópico. Juan Marichal había intuido que no era recomendable ocuparse solamente de los “autores faros” podría decirse, sin que la historia intelectual, además de ocuparse de la relación entre ideas y opinantes en un lugar y en un tiempo concretos de la historia humana”, sino que debía ocuparse también de textos de otra dimensión menor, o marginales, pero que habrían contribuido a “la génesis de un pensamiento central” (Marichal, J. 1978, 23).
4. Algunos de los “malditos” tratados: Joaquín Edwards Bello (chileno), Jorge Barón Biza (argentino), Gustavo Escanlar (uruguayo), Calvert Casey (¿cubano? nacido en Baltimore), Bernardo Arias Trujillo (colombiano), Rafael José Muñoz (venezolano), Teresa Willms Montt (chilena), Rodrigo Lira (chileno), Martín Adán (peruano), Pablo Palacio (ecuatoriano), Alejandra Pizarnik (argentina), Porfirio Barba Jacob (colombiano), entre otros.
5. En el libro de Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas, se retrata a Ramos en un personaje llamado Méndez. Jorge Raventos en una entrevista le pregunta a Ramos: “¿Se siente bien pintado? ¿Se parece Méndez a usted en la época que se conocieron con Sábato?”. La respuesta es bien ilustrativa, por una parte del momento que vive la Argentina, pero por otra podría decirse que roza una filosofía de la historia, a la vez que una pintura gruesa del ambiente intelectual del Buenos Aires de los años 1950. Contesta Ramos: “No es que se parezca a mí: se parece a las circunstancias de la época. Fíjese que, efectivamente, algunas veces hemos charlado con Sábato en La Helvética antes de que la Revolución Libertadora la demoliese con los tanques Sherman del revolucionario general Bengoa. En esa época, esa década del ’50, el mundo de Buenos Aires que conoció Sábato y yo observé a lo lejos, el mundo de los intelectuales y los artistas, la república de las letras, el mundillo de los profesores y periodistas, era una sociedad flotante y cosmopolita que tenía con respecto a mi persona y mis puntos de vista la actitud que se desprende de la reflexión que formula Bruno al despedirse de Méndez: “Con la gente que habla mal de él en Buenos Aires podría constituirse una entidad más numerosa que la sociedad Española de Socorros Mutuos”. La frase pertenece a Bruno, el personaje de la novela de Sábato (1984, 174). El diálogo entre Ramos y Raventos se puede consultar en “Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos” (Raventos, J. 1973) Desde luego que en las disquisiciones sobre este personaje Méndez-Ramos, que integran la novela Sobre héroes y tumbas se continúan en cierto modo las críticas que había recIbido su libro Crisis y resurrección de la literatura argentina por parte de la revista Contorno. Repárese en este pasaje que es muy similar a la crítica de Ramón Alcalde, ya aludida: “y lo que más me causa gracia es que Méndez repudie la influencia europea en nuestros escritores ¿basándose en qué? Esto es lo más divertido: en una doctrina filosófica elaborada por el judío Marx, el alemán Engels y el griego Heráclito” (Sábato, E. 1984, 212).
6. Entre los días 30 de marzo a 9 de abril de 1949 se llevó a cabo en la Provincia de Mendoza el Primer Congreso Nacional de Filosofía, organizado por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Cuyo, que había sido recientemente creada. Ireneo Fernando Cruz, como rector de la universidad, fue su principal impulsor. El evento adquirió rápidamente una magnitud poco conocida para una reunión de estas características, no por no merecerla sino porque en general este tipo de convocatorias se realiza con un perfil más bajo. El gabinete nacional en pleno formó parte del Comité de Honor, presidido por el ministro de Educación y el filosófo Coriolano Alberini, en calidad de vicepresidente. Gobernadores, jefes de guarniciones militares, obispos, rectores de otras universidades completaban la nómina de autoridades. Conocidos nombres de la filosofía argentina circulan en las comisiones organizadoras: Miguel Angel Virasoro, Eugenio Pucciarelli, Carlos Astrada. Entre los miembros participantes del Congreso figuran personalidades de indiscutible relieve internacional: Benedetto Croce, Galvano della Volpe, Hans Georg Gadamer (quien habló en representación de los miembros europeos), Martin Heidegger, Julián Marías, Nicolai Hartmann, entre otros muchos (Actas, 1949).
7 “Pocas objeciones caben a la afirmación de que la nación ha desempeñado un papel determinante -tanto en el plano político como, quizás sobre todo, en el de las mitologías colectivas- en la articulación de las sociedades humanas durante los dos últimos siglos. En un proceso iniciado a partir de la segunda mitad del siglo XVIII en occidente y que posteriormente se ha extendido al resto del planeta, la nación ha terminado por convertirse en la forma hegemónica y excluyente de identidad colectiva de la modernidad y en la principal, si no única, fuente de legitimación del poder político” (Pérez Vejo, T. 2003, 276). Véase también Pérez Vejo, T. 2010.
8. Recientemente las tesis de Anderson han sido debatidas por Partha Chatterjee (2008).
9. En el prólogo se deja bien en claro la orientación con la que se toma el texto de Trotsky: “En los últimos tiempos se han manifestado claras tendencias a revaluar la realidad argentina y latinoamericana desde el punto de vista nacional. Este fenómeno es tanto más espectacular en la llamada “izquierda”, tradicionalmente vinculada a las formas más abstractas y estériles del socialismo europeo” (Villar, D. 1961, 7). Debe hacerse notar asimismo que la editorial que lo edita lleva por nombre Coyoacán (lugar en México donde fue asesinado el revolucionario ruso).
Bibliografía
1. Universidad Nacional de Cuyo. 1949. Actas del Congreso Nacional de Filosofía. Mendoza. 2 vols.
2. Acha, Omar. 2001. Interpretaciones del peronismo (1955-1960). En Nora Pagano y Martha Rodríguez (comps.). La historiografía académica en la Argentina: Ideas, redes, instituciones (1939-1974). Buenos Aires: La Colmena.
3. Alcalde, Ramón. 1955. Imperialismo, cultura y literatura nacional. Revista Contorno. Buenos Aires. Setiembre, 5/6.
4. Alonso, Cecilio. 2008. Sobre la categoría canónica de raros y olvidados. En Anales de literatura española. 20.
5. Alonso, Paula (comp.). 2003. Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920. México: Fondo de Cultura Económica.
6. Altamirano, Carlos. 2001. Bajo el signo de las masas (1943-1973). Buenos Aires: Planeta/Ariel.
7. Ávila, Alfredo. 2008. Las revoluciones hispanoamericanas vistas desde el siglo XXI. Revista de Historia Iberoamericana. 1: 10-38.
8. Bourdieu, Pierre. 1999. Intelectuales, política y poder. Buenos Aires: Eudeba.
9. Bourdieu, Pierre. 2002. Campo de Poder, Campo Intelectual. Buenos Aires: Montressor Jungla Simbólica.
10. Catanzaro, Gisela. 2011. La nación entre naturaleza e historia. Sobre los modos de la crítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
11. Chatterjee, Partha. 2008. La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos. Traducción de Rosa Vera y Raúl Hernández Asencio. Buenos Aires: Siglo XXI.
12. Ciria, Alberto. 1983. Política y cultura popular: la Argentina peronista 1946-1955. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
13. Devoto, Fernando y Nora Pagano (ed.). 2004. La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Buenos Aires: Editorial Biblos.
14. De Diego, José Luis. 2010. Los intelectuales y la izquierda en la Argentina (1955-1975). En Altamirano, Carlos (Director). Historia de los intelectuales en América Latina. II. Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo XX. Buenos Aires: Editorial Katz.
15. During, Simon. 2010. La literatura: ¿el otro nacionalismo? Argumentos para una revisión. En Bhabha, Homi K. (comp.). 2010. Nación y narración. Entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales. Traducido por María Gabriela Ubaldini. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
16. Elorde, Ramón. 1954. Erdosain y el plano oblicuo. Revista Contorno. Buenos Aires. Mayo, 2.
17. Funes, Patricia. 2006. Salvar la nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos. Buenos Aires: Prometeo Libros.
18. Galasso, Norberto. 1985. Ugarte un argentino maldito. Buenos Aires: Ediciones Colihue.
19. Galasso, Norberto. 2005. Los malditos: hombres y mujeres excluidos de la historia oficial de los argentinos. 3 tomos. Buenos Aires: Madres de Plaza de Mayo.
20. Grimson, Alejandro. 2011. Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Buenos Aires: Siglo XXI.
21. Guerra, François-Xavier y Antonio Annino, (coordinadores). 2003. Inventando la nación Iberoamérica siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.
22. Guerriero, Leila. 2011. Los Malditos. Santiago de Chile: Editorial Diego Portales.
23. Jitrik, Noé. 1997. Atípicos en la literatura latinoamericana. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Oficina de Publicaciones del C.B.C.
24. Máiz, Ramón (comp.). 2007. Nación y literatura en América Latina. Buenos Aires: Prometeo Libros.
25. Mangone, Carlos y Jorge Warley. 1981. Prólogo. Revista Contorno, selección. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
26. Marichal, Juan. 1978. Cuatro fases de la historia intelectual latinoamericana. 1810-1970. Madrid: Fundación J. March/Cátedra.
27. Methol Ferré, Alberto. 1994. Prólogo. En Ramos, Jorge Abelardo. 1994. La Nación inconclusa. De las Repúblicas insulares a la Patria Grande. Montevideo: Ediciones de La Plaza.
28. Pérez Vejo, Tomás. 2003. La construcción de las naciones como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico. En Historia Mexicana. LIII, 2.
29. Pérez Vejo, Tomás. 2010. Elegía criolla. Una interpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas. México: Tusquets Editores (Colección Centenarios).
30. Quijada, Mónica. 2000. El paradigma de la homogeneidad. En Quijada, Mónica; Carmen Bernand, y Arnd Schneider. 2000. Homogeneidad y nación. Con un estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Centro de Humanidades.
31. Ramos, Jorge Abelardo. 1961. Manuel Ugarte y la revolución latinoamericana. Buenos Aires: Editorial Coyoacán.
32. Ramos, Jorge Abelardo. 1985. Introducción a la América criolla. Buenos Aires: Ediciones del Mar Dulce.
33. Raventos, Jorge. Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos. http://www.abelardoramos.com.ar/una-conversacion-inconclusa-con-jorge-abelardo-ramos/
34. Regali, Enzo. 2010. Abelardo Ramos. De los astrónomos salvajes a la Nación Latinoamericana. La izquierda nacional en la Argentina. Córdoba: Ferreyra editor, Ediciones del Corredor Austral.
35. Rojas Mix, Miguel. 1991. Los cien nombres de América. Eso que descubrió Colón. Buenos Aires: Editorial Lumen.
36. Sábato, Ernesto. 1984. Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta.
37. Sarlo, Beatriz. 1983. La perspectiva americana de los primeros años de ‘Sur‘. Punto de vista. Buenos Aires. Abril-junio, 17.
38. Sarlo, Beatriz. 2001. La batalla de las ideas (1943-1973). Buenos Aires: Planeta/Ariel.
39. Sebreli, Juan José. 1954-1955. Notas sobre libros (sobre obras de Arlt, Abelardo Ramos, Kusch, Ernesto Palacio). Revista Sur. 220-231.
40. Schneider, Arnol. Homogeneidad y Nación con un estudio de caso: Argentina siglos XIX y XX. Madrid: CSIC.
41. Sigal, Silvia. 2002. Intelectuales y peronismo. En Nueva Historia Argentina. Buenos Aires: Sudamericana.
42. Taibo II, Paco Ignacio. 2011, (1º ed. 1998). Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX. Madrid: Traficantes de sueños.
43. Tarcus, Horacio (dir.). 2007. Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda”. 1870-1976. Buenos Aires: Emecé Editores.
44. Terán, Oscar. 1986. Rasgos de la cultura argentina en la década de 1950. En busca de la ideología argentina. Buenos Aires: Editorial Catálogos.
45. Terán, Oscar (coord.). 2004. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina.
46. Trotsky, León. 1929. El planeta sin visado. En Mi Vida. Versión on line, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/mivida/46.htm (consultado el 25/04/2014).
47. Ugarte, Manuel. 1910. El porvenir de la América Española. Valencia: Prometeo Editor. (1953. El Porvenir de América Latina. Buenos Aires: Editorial Indoamericana).
48. Ugarte, Manuel. 1922. Mi campaña hispanoamericana. Barcelona: Editorial Cervantes.
49. Ugarte, Manuel. 1922. La Patria Grande. Madrid: Editorial Internacional.
50. Ugarte, Manuel. 1923. El destino de un continente. Madrid: Mundo Latino.
51. Villar, Dionisio. 1961. Prólogo. En Trotsky, León. Por los estados unidos socialistas de América Latina. Buenos Aires: Editorial Coyoacán.