LA CONSIGNA DE DISRAELI
Eden y Bevan Defienden los Intereses Permanentes del Imperio
Por Victor Almagro
EXCLUSIVO
PARIS. — En correspondencias anteriores mencionábamos al pasar la circunstancia de que Gran Bretaña, sí bien pierde día a día su fuerza real, sobrevive políticamente por obra de su diplomacia, que resume y estiliza una gran tradición de potencia dominante. Los últimos acontecimientos, semivisibles, confirman esta apreciación, De este modo se ratifica la persistencia de una política británica imperial, que resiste todos los cambios de gabinete, de ministros y de partidos. Eden continúa a Bevin[1]. Ambos, bajo distintas circunstancias prolongaban la línea de defensa de los intereses “permanentes” del Imperio fundado por Disraeli. Veamos algunos hechos preliminares: Eden conversa con de Gásperi en Estrasburgo; Eden visita a Tito en Belgrado y lo Invita a viajar a Londres; la preparación de la visita que realizarán el presidente de Turquía y su ministro de Relaciones Extranjeras a la capital inglesa; los diez días de estada del mariscal Montgomery en Atenas…son otras tantas indicaciones de la ofensiva de la diplomacia británica para no ser desplazada del teatro político del Mediterráneo oriental por Estados Unidos. Con estas iniciativas todas ellas en apariencia incluidas en el cuadro de la “alianza occidental”, Gran Bretaña lucha para mantener su hegemonía europea, deshecha por la historia misma y con la contribución de Washington.
La evolución de las relaciones entre Yugoslavia, Turquía y Grecia interesa en alto grado a Londres, que espera tener en sus manos todas las cartas del Juego.
• La URSS y el Mediterráneo
La Unión Soviética posee sobre el Mediterráneo, con el control de Albania, dos poderosas bases navales: Durazzo y valona. Con Rumania y Bulgaria refuerza la zona; ella misma cuenta con las costas del Mar Negro, de una manera directa o indirecta, tiene fronteras, comunes con Yugoslavia, Turquía y Grecia, sus grandes obstáculos para llegar al Mediterráneo. Al mismo tiempo, la URSS influye en Medio Oriente por su aliento hacia los movimientos nacionalistas.
De su cercanía con Irán, en último análisis, se desprende la política de péndulo y de osadía de Mossadegh. Frente a este dispositivo de fuerzas, Gran Bretaña intenta hacer creer al mundo que sus esfuerzos e dirigen a organizar lo mejor posible “la defensa” de esa zona, disputando a Estados Unidos la primogenitura. Sin embargo, Gran Bretaña hace todo lo posible para demorar el rearme; ni interés es crear, bajo comandos británicos del Mediterráneo, una organización, tanto política como militar, que le permita asegurar una firme dominación Imperialista.
Choca con los Estados Unidos y también con los estados árabes, llaves maestras de Medio Oriente. Los ingleses buscan convencer a los árabes que deben integrarse en la “defensa occidental”, siempre bajo la dirección de jefes británicos. Nuevamente, las reivindicaciones árabes serían satisfechas “al fin de la guerra”. Esta canción no la cree nadie ya. Pero en Medio Oriente, Estados Unidos cuenta con el Estado de Israel. Es un apoyo insuficiente. Si Israel es la piedra de discordia entre yanquis y británicos, sirve para unificar la hostilidad de los estados árabes. En todo este cuadro, resalta la ansiedad británica para crear un “status” sólido en el Mediterráneo oriental. A la simple cuestión de prestigio, se añade otra razón más substanciosa; en ese sector del planeta se cruzan las vías de comunicación del Imperio y allí quedan aún mercados. Al clásico realismo Inglés se podría formular una pregunta: ¿alianzas estables en un mundo de disolución?
Artículo publicado en el diario Democracia
Edición del Miércoles 29 de Octubre de 1952 Pág. 1
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