LO DEJAN SOLO A JOHN BULL
El Laborismo Británico Aspira a Asegurar sus Puestos Rentados
Por Victor Almagro
EXCLUSIVO
II
PARIS.- En el artículo anterior nos referíamos a la repercusión obtenida en la prensa británica por la victoria bevanista en el congreso del Labour Party. Pero la acritud de esta lucha y esos ecos periodísticos obedecen a razones poderosas, que no solo se refieren a la política exterior de Gran Bretaña- uno de los motivos aparente de la divergencia- sino ante todo a la inatacable seguridad que ha dado a su posición en los sindicatos los que podríamos llamar ala derecha, pro imperialista, en cierto modo conservadora, del laborismo. En efecto, si los órganos de la gran burguesía británica se han lanzado a una campaña sin precedentes por su violencia contra el centro y la izquierda del partido, ello se debe a que las grandes organizaciones sindicales de la nación han sido siempre los corifeos de la política imperialista. En efecto, la mentalidad del obrero británico, por lo menos hasta ahora, estaba lejos del verdadero concepto sindicalista, con matiz revolucionario, que profesan las masas trabajadoras de otros países. Lejos, muy lejos, por cierto, del sindicalismo neto y puro, anticapitalista y antiimperialista, de por ejemplo el movimiento obrero argentino. En Gran Bretaña el obrero es-o era- antes que nada inglés. Y como inglés, enamorado de su imperio. Así también sus dirigentes, cuya formación mental y espiritual es mucho más conservadora de lo que se cree en el extranjero. Esos dirigentes proporcionaron ministros; después fueron recibidos por el Rey; más tarde ostentaron en las reuniones sindicales ¡el título de “Sir”! El “ministerialismo” imperialista fue el signo tradicional de la Trade Unions.
El capitalismo británico encontró en estos dirigentes laboristas a los guardianes más firmes de la seguridad interior del Imperio, en los momentos de paz, como en las crisis guerreras. Sir William Lawther, actual secretario del sindicato de mineros. Bevan salió de sus oficinas sindicales para el gabinete de guerra de Churchill y permaneció luego como ministro de Relaciones Exteriores que ordenó las descargas de fuego en Egipto y en Suez. Pero todo esto estaba muy de acuerdo con los modos de ser y de sentir de la masa trabajadora del país. A fines del siglo pasado los obreros ingleses, se emocionaban al paso del cortejo real; el día de elecciones votaban por los conservadores. En 1901, expulsaban del laborismo a una tendencia “izquierdista” comparable al bevanismo hoy. En 1920 la dirección burocrática de los sindicatos torpedeaba una huelga general ordenada por el partido laborista. Algunos años más tarde luchaban contra la figura de Sir Stalford Cripps (un alma de institutriz luterana en un cerebro de economista conservador), al que consideraba “demasiado avanzado”. La más profunda aspiración de los dirigentes británicos de hoy, sería un gobierno de coalición conservador-laborista, que le asegure la “paz social” y sobre todo sus puestos rentados. Morrison aparecería como su representante más eximio, Bevan es el espíritu del mal. Arthur Deakin, secretario general de las Trade Unions y el citado Sir William Lawther, lo han acusado de “conspiración” contra la unidad del partido y de “complot” para tomar el poder por “un golpe de estado interior”. Ahora bien Bevan, a pesar de su oportunismo, sus maniobras, su temor, vale decir a pesar de todo lo que lo caracteriza, sabe captar la dirección del viento. Sabe que no podrá controlar la dirección del laborismo, muy atrasada en relación con un mundo que tiembla, sin democratizar los sindicatos. Hasta ahora ha logrado el apoyo de cerca de un tercio de los 8 millones de afiliados obreros. Pero le falta el resto. Los reaccionarios manejan el aparato, cuya democracia interna, puede medirse por el hecho de que el 30% no han recibido jamás los estatutos del sindicato y menos de la mitad interviene en los problemas internos. En una sección local de 92 miembros, solo 8 recibieron en 1947 sus boletas de votos. Las operaciones de fraude electoral tampoco escasean. La máquina sindical sabe trabajar. El mismo Bevan y sus amigos están sorprendidos de su éxito. Este no proviene de sus oraciones calibradas, ni de su visión providencial. Desde abajo, desde la clase trabajadora británica enfrentada a la crisis profunda del Imperio, llegan estas ondas nuevas.
Hay por fin, a lo que parece, un despertar de la conciencia obrera, que la va poniendo a tono con la realidad social del mundo. Por ahora Bevan se asombra. ¿Se atemorizará luego?
Artículo publicado en el diario Democracia
Edición del martes 28 de Octubre de 1952 Pág. 1