HOMBRES DE OTRA VIDA
El Soldado Desconocido es en Europa Realmente Desconocido
Por Victor Almagro
EXCLUSIVO
PARIS.- Los grandes dramas se componen de dramas pequeños. Pero ¿Qué drama es pequeño cuando se trata de la vida de un hombre? Monsieur Verdoux podría formular a este respecto muchas reflexiones: “Yo muero porque hice en pequeño lo que otros hacen en gran escala”. Los estrategas dibujan en altos tableros los diseños de las futuras batallas. Los políticos avalúan los problemas de los frentes diplomáticos, los científicos prueban ésta u otra bomba y al mismo tiempo fabrican los respectivos antídotos, construyen los hospitales especiales o ilustran sobre el uso de las máscaras. Los periodistas escriben toneladas de papel para preparar y ablandar la opinión pública acerca de la inevitabilidad de la guerra. En fin, todos cumplen su misión, incluso la industria pesada, que acumula órdenes de compra para fabricar armas. Tal es el panorama actual de Europa y Estados Unidos. ¿Qué importa frente a este programa grandioso una vida, la vida de un hombre simple, apenas un número en les censos estadísticos, casi diríamos una abstracción?
Los estadistas europeos no tienen tiempo, que perder con abstracciones. Ellos son hombres ejecutivos, prácticos. Para ellos, un millón de soldados (que no significa lo mismo que un millón de hombres), son un valor determinado. Pero una vida, una vida ya es una cuestión de los literatos, de las madres, ¡Cómputo inútil! Hace unos días, en la Piazza Venezia, de Roma, un veterano de guerra de 1914, se ha suicidado frente a la tumba del Soldado Desconocido, ¿La causa? Los sobrevivientes de la catástrofe tienen una pensión del gobierno, insignificante, que termina transformándose por obra de la desvalorización de la lira en una cifra virtualmente nula. Si a la viuda de un general de 1914 se le pagan 12.000 liras mensuales de pensión (un obrero italiano vive hoy muy mal con 30.000 liras mensuales), podernos presumir las pensiones otorgadas a los que fueron combatientes de fila hace treinta y cinco años.
El Suicida había conocido el barro de las trincheras, la guerra de posiciones, las retiradas bajo los gases y las marchas infinitas; sobre sus espaldas los estados mayores en trenes decorados habían jugado a la estrategia. Ese hombre conoció la guerra y su amarga victoria, que equivalía a una derrota; la desocupación de 1920, la desesperación y el hambre. Vio desfilar por las calles de Milán o de Turín a los primero “faccios di combattimento”, que un joven socialista súbitamente adinerado organizaba en los centros industriales para reimponer la paz social perturbada por una nueva peste llamada bolchevismo. Vio con el estómago vacío y sin esperanza ni inquietud, cómo la “Marcha sobre Roma”‘ se hizo en tren de primera y cómo los ferrocarriles funcionaron a horario y los obreros eran puestos en razón.
Contempló el veterano treinta años de la vida italiana, pero no vivía ya más que para la muerte, pues no en vano pertenecía a la “generación perdida” y no quería saber de otra cosa que no fuera un plato de sopa caliente y un rayo del sol de Roma sobre su cabeza vencida. Caminó mucho por Roma estos últimos años, cada vez más cansado y muchas veces sin comer. Aquella pensión, votada por los exultantes diputados en pleno frenesí patriótico, se había agotado, pues un veterano de 1914 tenía muchas menos posibilidades de atraer clientela electoral que un veterano de 1939. En cierto modo y desde el punto de interpretación de un estadista, un veterano de 1914 no tenía existencia real. Era un fantasma. Y el veterano se acostó una tarde soleada sobre el sepulcro que le estaba destinado, porque sintió de golpe que el Soldado Desconocido era realmente desconocido.
Artículo publicado en el diario Democracia
Edición del Miércoles 18 de Junio de 1952 Pág. 1