ANNIE ARMA EL EJÉRCITO YANQUI
“Si Marte Telefonea al Pentágono, Contestará una Mujer”
Por Victor Almagro
EXCLUSIVO
PARIS- la segunda guerra mundial abrió paso a las mujeres norteamericanas en la máquina administrativa del Estado y en los puestos de la industria. Los preparativos para el tercer conflicto, que avanzan hacia su meta con la precisión de un sonámbulo, han destacado a otra mujer en un cargo de inmensa responsabilidad. Ana Maria Rosenberg, que atiende en la Secretaria de Defensa todos los problemas relacionados con el reclutamiento militar y ningún ministro ha podido quejarse de su eficacia.
“… roza el desastre”
Antiguamente era muy cortejada la idea de que las mujeres, madres de los hombres, se oponían a la guerra, cualquiera fuese su posición social. Pero el tempestuoso ascenso del imperialismo parece rechazar esa ilusión
La presencia de Mrs. Rosenberg confirma que la igualdad política de la mujer le ha permitido ubicarse y distribuirse entre todos los grupos y partidos y adoptar posiciones diferentes, incluso aquellas que son partidarias de la guerra.
La carrera de Mrs. Rosenberg no fue tan simple como un nombramiento. Había demostrado antes su espíritu de empresa fundando una compañía de publicidad, con la que ganaba 250.000 dólares por año. Nació en Budapest, el 19 de junio de 1902 y llegó a Estados Unidos en 1912, habitando en el barrio judío del Bronx neoyorquino.
Costaba triunfar en la ciudad babélica y despiadada y su fuerte acento judío-húngaro cerraba al principio muchas puertas. Pero el tesón de la inmigrante europea rompió el muro, pues “el país de las oportunidades” sabía utilizar cualquier tesón para ponerlo al servicio de la grandeza imperial. La señora Rosenberg no solo consagró sus desvelos a la publicidad de los dentrificos que le “darán a usted una sonrisa de estrella”, sino que abrazó con fervor la causa del sufragio femenino. Esta celebridad política se combino admirablemente con sus negocios y cuando la intervención de Estados Unidos en la guerra europea se produjo, ella estuvo junto a sus amigos Bernard Baruch y Roosevelt en defensa de la democracia de Morgan.
Cuando su nombre fue propuesto para la oficina de movilización, el antiguo subsecretario de Estado, Lovett, dijo: “Es una idea de genio que roza con el desastre”.
Pronto se convenció que nadie mejor que una experta en publicidad podía persuadir a los jóvenes norteamericanos de que la movilización era imprescindible, para conservar los sagrados principios del “estilo de vida americana”.
Una dulce voz
La señora Rosenberg gano experiencia de funcionario oficial al dirigir la Oficina de Seguridad de los Trabajadores. Más tarde estuvo en el Instituto de Relaciones Industriales, que las grandes corporaciones miran con simpatía y posteriormente su tacto y eficacia de hicieron valer en la comisión americana de cuestiones sociales de las Naciones Unidas, que como es sabido, investigan mucho estos problemas. En Estados Unidos todo es posible.
Su consagración llegó con la Medalla al Mérito y la Orden de la Libertad, obtenidas por sus servicios de guerra. La oposición de los medios oficiales a su nombramiento en la Secretaria de Defensa nacía no solo de su origen racial, sino de su condición femenina. Pero el Pentágono comprendió rápidamente que los problemas de la movilización en los Estados Unidos, durante el periodo inmediatamente posterior a la dura paz de 1945, debían encontrar respuestas adecuadas, porque la opinión pública de ese país también hace preguntas.
La señora Rosenberg llamo a las armas, y su voz de mujer resonó, con matices nuevos en los oídos incrédulos. Ahora realiza cortos viajes a Corea, interroga a los jóvenes soldados, salta sobre los jeep y reúne en su puño firme los hilos de un gran ejército. El general Bradley, que manifiesta inesperados gustos por la literatura, ha forjado esta frase: “Si el dios Marte telefonea al Pentágono, una mujer responderá”. No esta mal para un aficionado. Pero el mundo espera que no suene el teléfono de la señora Rosenberg.
Artículo publicado en el Diario Democracia
Edición del Viernes 25 de Enero de 1952 (Pág. 1)