Cartas al presente del general Simón Bolívar
Bases del pensamiento nacional latinoamericano. Por Elio Noé Salcedo
Como señala el historiador Roberto A. Ferrero en su libro sobre Las luchas por la unidad y la independencia de Latinoamérica (1809-1903), el ideal de la unidad política de América Latina “se formuló a lo largo del primer siglo independiente en opiniones doctrinarias, planes de confederación, tratados bi y multilaterales, campañas militares, congresos y misiones diplomáticas, que encabezaron, promovieron o apoyaron de distintas formas los caudillos militares y civiles de la emancipación, que se sentían todos miembros de una sola gran nación estatalmente inconstituida”. Conocer esos sucesos y documentos escritos es un mandato y desafío para cualquier patriota latinoamericano que quiera alcanzar un porvenir favorable para todos.
El Dr. Claudio Maiz, académico e investigador del pensamiento latinoamericanista, reivindica también como parte fundamental de ese pensamiento, “las tesis de Bolívar”, que “son de referencia obligada, en razón de constituir elementos fundamentales del derecho público americano, por una parte, y constituyen la espina dorsal de una doctrina radicalmente distinta del panamericanismo”, pues “ambos términos son antagónicos”.
En efecto, de nuestros Libertadores, es de Simón Bolívar de quien más textos escritos se conocen -cartas y discursos-, algunos de cuyos contenidos guardan absoluta vigencia, dada la condición de historia inconclusa que posee la historia de nuestra Patria Grande.
La Carta de Jamaica (6-09-1815) o la grandeza de América
En la Carta de Jamaica, tal vez la más conocida de todas, Bolívar habla de “los objetos más importantes de la política americana” y despliega sus vastos conocimientos -no tan limitados como él decía- sobre “un país tan inmenso, variado y desconocido como el Nuevo Mundo”. Sabía lo esencial sobre “los verdaderos proyectos de los americanos”, “el grande hemisferio de Colón”, “los muy oprimidos americanos meridionales” y “el destino de la América”.
En esta carta se refiere al virreinato del Perú como “aquella porción de América” …; a Venezuela, como “el orgullo de la América” …; a Nueva Granada (la que hoy conocemos como Colombia) como “el corazón de América” …; sobre Puerto Rico y Cuba se pregunta: “¿no son americanos estos insulares?” …; mientras que, después de advertir sobre las “divisiones internas y guerras externas” en el Río de la Plata, se solidariza con sus habitantes, “acreedores a la más espléndida gloria” …. “Este cuadro –sostiene Bolívar al visualizar aquella América hasta entonces española- representa una escala militar de 2.000 leguas de longitud y 900 de latitud en su mayor extensión, en que 16 millones de americanos defienden sus derechos o están oprimidos por la nación española. Sus restos son ahora impotentes para dominar el nuevo hemisferio”.
Refiriéndose justamente a la lucha en conjunto contra España en aquellas circunstancias, señala: “Menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar los espíritus de ambos países” (España y América): “la América combate con despecho” …; “¿no está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la inmensa extensión de este hemisferio”. “¡Qué demencia –agrega- la de nuestra enemiga, pretender reconquistar la América…!”; acaso “¿podrá esta nación hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo, sin manufacturas, sin producciones territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política?”.
Tal es la convicción independentista y unionista continental y americana de Bolívar –y la convicción de que no habrá otra solución para nuestra América-, que proyectándose hacia el futuro inmediato y mediato, presupone: “!Lograda que fuese esta loca empresa (la reconquista por parte de España); y suponiendo más aún, lograda la pacificación, los hijos de los actuales americanos, unidos con los de los europeos reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los mismos patrióticos designios que ahora se están combatiendo?”.
Tampoco le es ajena la indiferencia de Europa y de la América anglosajona: “No solo los europeos, hasta nuestros hermanos del norte (que luego serán nuestros usurpadores y explotadores) se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos, porque ¿hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad del hemisferio de Colón?“.
Sin que ello disminuya su empuje y convicciones, su realismo le hace ver, no obstante, que la América “se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares, y combatida por la España…“. Pero a pesar de esas dificultades y de tener como prioridad “la libertad del hemisferio de Colón“, como gran estadista que es, se interesa además por “los tributos que pagan los indígenas; las penalidades de los esclavos; las primicias, diezmos y derechos que pesan sobre los labradores y otros accidentes (que) alejan de sus hogares a los pobres americanos. Esto sin hacer mención de la guerra de exterminio que ya ha segado cerca de un octavo de la población…“.
Como buen americano, conoce la situación de su patria -Nuestra América- y sabe de su originalidad y magnitud: “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil“.
Aunque es consciente de las divisiones y distancias entre los Estados nacientes y sobre todo de sus clases dirigentes, desea “más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria”. “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo Gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…”.
Con gran sabiduría y realismo político, anticipándose a un debate que todavía confunde a nuestros contemporáneos, encara con sencillez y contundencia “el caso más extraordinario y complicado” de nuestra identidad y originalidad nacional latinoamericana, pero también la única verdad histórica a la que ningún americano puede, ha podido o podrá sustraerse: “No somos indios ni europeos sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores“.
Eso era y es precisamente -suelo, derechos e intereses, y el mismo enemigo- lo que nos iguala a todos los latinoamericanos, y en particular con “nuestros hermanos los indios“, como los consideraba el Libertador San Martín, y que el Libertador Bolívar (lo mismo que los Libertadores Miranda, Morelos, Murillo, Artigas) también tendrían entre sus prioridades.
Contrariando y desmintiendo a los que piensan que durante cinco siglos hasta hoy no pasó nada ni se intentó nada (“cinco siglos igual“), el 4 de julio de 1825, el Libertador de la República del Perú y Encargado del Supremo Mando proclama en el Cuzco los Derechos del indio como ciudadano, y prohíbe las prácticas de explotación a las que se lo tenía sometido desde los siglos anteriores. El famoso Decreto tenía vital importancia y magnitud si entendemos que incluso se llegó a temer por la extinción de la población indígena, sujeta a servidumbre en las minas por parte de las clases parasitarias del Alto y Bajo Perú. Sin embargo, como el propio plan de unidad y federación, aquel decreto socialmente revolucionario no se efectivizaría y la liberación del campesinado, la reforma agraria y la revolución industrial deberían esperar dos siglos: hoy siguen pendientes de su consecución definitiva.
Ya casi al finalizar su carta más conocida, Bolívar reafirmaba su convicción de que “la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración”, si bien advertía con lucidez y conocimiento de causa: “Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles (como la que ya se llevaba a cabo en el seno de las Provincias Unidas del Río de la Plata) formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido la inteligencia”.
A dos siglos de aquella reflexión –y como hemos dicho ya-, no hay dudas de que la contienda se prolonga, que las fuerzas aparentemente se han emparejado por distintas razones y que, en medio de una gran confusión por las mentiras y falsedades del enemigo y los propios errores, limitaciones y debilidades, no hay otra solución que reunir la fuerza del número con la idea (la masa con la inteligencia), para triunfar definitivamente sobre las fuerzas conservadoras que aparecen como propiciadoras del “cambio” o la “libertad”. Por ello es fundamental adquirir una conciencia histórica colectiva, permanente y trascendente, requisito de una profunda conciencia política nacional y latinoamericana.
Otros mensajes, manifiestos, decretos y discursos
Desde 1805, en que jurara desde una colina romana por el Dios de sus padres, por su honor y por la patria, no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta romper las cadenas que nos oprimían por voluntad del poder español (pensamiento independentista), Simón Bolívar se había manifestado por la unidad de toda América hispánica, pues “nuestra división, y no las armas españolas nos tornó a la esclavitud”, en tanto “el solo título de americanos” será la “garantía y salvaguardia” para “los hijos de América”.
No hay duda de que, cuando Bolívar habla de “América” habla de la América española y no de la América anglosajona (que ya había logrado su independencia en 1776), previniéndonos en numerosos párrafos de sus cartas, escritos y discursos sobre la indiferencia, falsedad o peligrosidad de esa otra América para los intereses hispanoamericanos, desmintiendo a su vez cualquier actitud de sumisión de su parte o alguna confusión sobre la visión (presuntamente panamericanista) de uno de los Libertadores del Nuevo Mundo. Por el contrario, Bolívar entendía que “el hábito a la obediencia sin examen, había entorpecido de tal manera nuestro espíritu, que no era posible descubriésemos la verdad ni encontrásemos el bien”. Al mismo tiempo advertía que “todo era extranjero en este suelo” y “nada debíamos ni aun imitar”. Bolívar sabía muy bien que Hispanoamérica era el teatro político donde debía jugar “la grande escena que nos corresponde como poseedores de la mitad del mundo”.
A esa altura, reafirmaba: “La América entera está teñida con la sangre americana… México, Venezuela, Nueva Granada, Quito, Chile, Buenos Aires (las Provincias Unidas del Río de la Plata) y el Perú presentan heroicos espectáculos de triunfos; por todas partes corre en el Nuevo Mundo la sangre de sus hijos… Este ejército pasará con una mano bienhechora rompiendo cuantos hierros opriman con su peso y oprobio a todos los americanos que haya en el norte y sur de la América meridional”. Era el mentado ejército bolivariano y sanmartiniano que reivindicamos en nuestros días.
Y hay una definición en este mismo discurso que establece un principio y un mandato fundamental del pensamiento nacional latinoamericano: “Esta mitad del globo pertenece a quien Dios hizo nacer en su suelo”. No hay diferencias entre los nacidos antes de 1492 y los nacidos en este suelo después de 1492: somos todos americanos y dueños del lugar donde nacimos. “Hagamos que el amor ligue con un lazo universal a los hijos del hemisferio de Colón”. Ese era el mandato.
El discurso de Angostura: superando las contradicciones
En la oración inaugural del Congreso de Angostura (15-02-1819), Bolívar profundiza los fundamentos vertidos en la Carta de Jamaica (1815) sobre nuestra paradoja existencial, que es crucial asumir para reencontrarnos con nuestra identidad, pues somos “americanos por nacimiento y europeos por derechos“, por lo que “nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores“. Pero en este documento están también las claves para resolver definitivamente esas contradicciones.
Primera clave: “Para sacar del caos a estas Repúblicas nacientes, todas nuestras dificultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo; la composición del gobierno en un todo; la legislación en un todo; y el espíritu nacional en un todo. Unidad, unidad, unidad, debe ser nuestra divisa. La sangre de nuestros ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla“.
Segunda clave: “Necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas“. Hoy diríamos que no se puede cerrar “la grieta” sin esa premisa.
Tercera clave: la del sistema de gobierno y modelo económico propio, según nuestra idiosincrasia e intereses: “No solamente se nos había robado la Libertad (independencia política) -explica Bolívar- sino también la (propia) tiranía activa y doméstica (derecho a gobernarnos por nosotros mismos, según nuestras necesidades nacionales y según nuestra idiosincrasia)”. En efecto, “en el régimen absoluto, el poder autorizado no admite límites. La voluntad del déspota es la Ley Suprema… Ellos están encargados de las funciones civiles, políticas, militares y religiosas, pero al fin son persas los sátrapas de Persia, son tártaros los sultanes de Tartaria“. Por el contrario, “la América todo lo recibía de España que realmente la había privado del goce y ejercicio de la tiranía activa (que no es otra cosa que “soberanía”), no permitiéndonos sus funciones en nuestros asuntos domésticos y administración interior“.
En efecto, el colonialismo económico o la dominación tiránica semicolonial (el sistema oligárquico internacional y local vigente) nos priva del goce de nuestra propia tiranía que no es otra cosa que soberanía política y económica (libertad de decisión como país, control del comercio exterior e interior, proteccionismo, regulaciones, etc.), y pretende “liberar” nuestra economía al servicio de los verdaderos tiranos –poderes concentrados y minorías- del país y del mundo, pretextando que nosotros somos los totalitarios e intolerantes. No hay duda: “por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza“, como decía Bolívar, tergiversando todo, hasta la historia y nuestras propias conveniencias y valores.
Carta al Gral. Francisco de Paula Santander
Allí en el istmo de Panamá pretendía que fuera el Congreso que inaugurara una época inmortal en la historia diplomática de América. Así se lo explicaba al Gral. Francisco de Paula Santander al concluir prácticamente la guerra de emancipación en Ayacucho. “Cada día me convenzo más -le escribía el 6-01-1825, menos de un mes de ganada la Independencia- de que es necesario darle a nuestra existencia una base de garantía“. “Vuelvo pues -continuaba-, a mi primer proyecto como único remedio: la federación“.
Bolívar veía en la federación de Repúblicas y/o Estados americanos “un templo de asilo contra las persecuciones del crimen”. No podrían sorprendernos en nuestros días semejantes términos, ante la persecución de que han sido y/o son víctimas dos siglos después los creadores de la UNASUR: Hugo Chávez, Fernando Lugo, Rafael Correa, Lula da Silva, Dilma Rousseff, Evo Morales y Cristina Fernández de Kirchner, extendida esa campaña de desprestigio a los nuevos mandatarios latinoamericanos, Andrés López Obrador, Pedro Castillo y Alberto Fernández, entre otros. Por lo mismo estoy determinado –se comprometía Bolívar en aquella carta- a mandar los diputados del Perú al Istmo inmediatamente que sepa que Colombia quiere mandar los suyos a dar principio a la unión“. Tampoco dudaba que “México y Guatemala (Centroamérica) harán lo mismo, y aun Buenos Aires y Chile después, porque este es específico universal“.
Al promediar su carta al Gral. Santander expresaba: “El único objeto que me retiene en América, y muy particularmente en el Perú, es ser más útil a mi país; porque estoy persuadido que sin esta federación no hay nada“. Más cerca del político y del estratega que del intelectual o soñador (como podría valorárselo erróneamente a la distancia), volvía en esta carta a su tema excluyente, que era la razón de la convocatoria del Congreso de Panamá: “La América es una máquina eléctrica que se conmueve toda ella, cuando recibe una impresión alguno de sus puntos“.
Un siglo y medio después, la Guerra de Malvinas confirmaría aquella certera afirmación. Por eso, le recordaba a Santander (al mando de las fuerzas en Colombia): “No se olvide Vd. nunca que la tranquilidad del Sur de Colombia estará siempre pendiente de la del Perú; y que nuestro frente está en el Norte (el enemigo estaba en el Norte), y todas nuestras atenciones lo mismo; por consiguiente, más bien debemos contar con el Sur para auxilios que para cuidados. Repito que esto es capital y que lo tengo muy meditado“. Trágicamente, la República más grande al Sur de América, ya desprendida del Alto Perú y de la Provincia Oriental, faltaría a la cita de Panamá (22-07-1826). El 9 de mayo de 1825 había dejado en libertad a las provincias del Alto Perú para que “ellas puedan en plena libertad disponer de su suerte, según crean convenir mejor a sus intereses y a su felicidad“. Aquellas, en sesión del 6 de agosto de 1825 se erigirían en “Nación”.
Del mismo modo, apenas conseguida la Presidencia de la República, el 7 de febrero de 1826, contrariando la voluntad de todas las provincias e incluso de la provincia oriental, Rivadavia mandaba a Brasil (en guerra con el Río de la Plata) a Manuel J. García, a fin de hacer la paz con el imperio brasilero. La paz porteña incluía la renuncia a la Provincia Oriental -tal como ocurriría después de algunas idas y vueltas-, dando lugar al nacimiento del Uruguay como Estado independiente el 27 de agosto de 1828, jurando su Constitución el 18 de julio de 1830, que es la fecha considerada como la de su independencia como “Nación”.
Carta al Gral. Antonio Gutiérrez de La Fuente (12-05-1826)
Después de recriminarle al Gral. Sucre (21-02-1825) su llamado a las provincias altoperuanas a ejercer su soberanía, y separarlas de hecho de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pues “ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni de Colombia, podemos romper y violar la base del derecho público que tenemos reconocido en América… que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos, capitanías generales, o presidencias como la de Chile“, Bolívar se ve en la obligación también de escribirle a Antonio Gutiérrez de La Fuente (probablemente ya ascendido a General), constituido en el Perú.
En esta carta, ante las dificultades que las repúblicas americanas encuentran para consolidarse sin dejarse llevar por “los intereses de partido” (oligarquías portuarias asociadas al comercio extranjero, como la de Buenos Aires, que acepta gustosa la segregación del Alto Perú), el Libertador insiste tozudamente con su proyecto de Confederación, en este caso entre Colombia la Grande, el Perú y Bolivia (ya a esta altura en proceso de convertirse en otra “Nación”). “El único remedio que podemos aplicar a tan tremendo mal -sostiene- es una federación general entre Bolivia, el Perú y Colombia, más estrecha que la de los Estados Unidos”, en la que “habrá una bandera, un ejército y una sola nación“. Bolívar induce que “la reunión del Alto y Bajo Perú es necesaria a los intereses de la América, porque sin esta reunión no se consigue el plan de la federación general“.
Finalmente, como una advertencia a sus contemporáneos, que por extensión y herencia nos llega a las actuales generaciones, le dice: “En fin, mi querido General, medite Vd. por un solo instante las ventajas que nos va a producir esta federación general; medite Vd. el abismo de males de que nos va a librar, y no le será a Vd. difícil conocer cuánto es el interés que debemos todos tomar en un plan que asegura la libertad de la América, unida al orden y a la estabilidad“. He aquí una respuesta contundente a los que todavía dudan sobre cuáles son las razones profundas del desorden, atraso e inestabilidad de nuestras Repúblicas divididas y por eso todavía dominadas material y mentalmente por intereses antinacionales, anti colectivos, particulares, minoritarios y extranjeros, en suma, enemigos de esa Nación por la que lucharon el pueblo y nuestros héroes militares, civiles y religiosos del primer siglo independiente, lucha que no tendrá fin hasta cumplir sus patrióticos y fundamentales objetivos, so pena de no ser nadie o “nada”, como advertía a su tiempo el general José de San Martín, Libertador de la parte sur de Nuestra América.
Elio Noé Salcedo