Cuando un marxista argentino defendía políticamente a nuestra Iglesia Católica.
10/05/2010. Por Godolfredo de Braulio
Se trata nada más y nada menos que del profesor Jorge Abelardo Ramos (el “Colorado”), el mentor del marxismo latinoamericano (en reacción al eurocentrismo comunista), formado en el trotskismo, adscripto al nacionalismo revolucionario, apoyatura crítica del peronismo y creador en nuestro país del Frente de Izquierda Popular y del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN).
Una de sus definiciones categóricas en esta materia se condensa en este aserto luminoso, que suena como un verdadero cachetazo contra tanto “progre” anticatólico y liberal, como el actual gobierno, que entienden que destruir a la Iglesia Católica es parte de una tarea revolucionaria: “Los amargos y hasta soeces ataques a la Iglesia son la manifestación vulgar de una política extranjera contra la Nación. Ésto debe explicarse en el sentido de que la fe católica es profesada por la mayoría de los argentinos y latinoamericanos y es, de algún modo, como la coránica en Medio Oriente, un peculiar escudo de nuestra nacionalidad ante aquellos que quieren dominarnos o dividirnos”.
“En los pueblos marginados del ‘estilo de vida occidental’ y que, como nosotros, padecen un ‘estilo de vida accidental’, la religión ejerce un doble papel: el teológico que le es propio y el de ideología nacional defensiva contra el dominador extranjero”, agrega el extraordinario historiador y político nacionalista.
Estos esclarecedores conceptos, muy poco conocidos por la izquierda cipaya argentina y hasta por mucho de los propios herederos de su pensamiento, fueron publicados en agosto de 1986 en la revista Politikón, de efímera vida editorial, y que fuera dirigida por Oskar Blotta, poco antes de que Ramos hiciera pública su adhesión al menemismo y fuera designado embajador en México, pocos meses antes de su muerte.
Decía entonces Don Abelardo: “Más bien debería hablarse de las malas relaciones del Estado con la Iglesia Católica. Resulta realmente picante que el gobierno, desvelado por su manía perfeccionista de llevar sus vínculos con el Occidente luterano, y en general con el mundo externo, al nivel de un romance inextinguible, valore tan poco la delicada naturaleza de sus vínculos con la Iglesia argentina y con los católicos”.
“Estos ‘progresistas’ en el gobierno (pareciera que el ‘Colorado’ hubiera escrito ayer), aturdidos todavía con un poder que no habían soñado alcanzar jamás, se han vuelto librepensadores decimonónicos. Dicho sea al pasar, el Occidente luterano hace poco caso de las cabriolas y banquetes del ilustre canciller Dante Caputo. Reagan abofetea a la Argentina y vende trigo a bajo precio a los rusos cuando le conviene. A las grandes potencias se les antoja algo ridícula la seudo-diplomacia de los países que pretenden ser occidentales y no lo son”.
Y añade: “No pasa un solo día, sin embargo, que por casi todas las radios (en poder del gobierno) y en las revistas ilustradas, aunque sin la menor ilustración, todo género de personajes, y aún de insectos de un nivel cultural equivalente a su especie, no se haga un escarnio de la Iglesia. Pero no se trata, en realidad, de una cuestión de índole religiosa, ni de que un viejo pecador como yo pretenda pasar como beato. Por cierto que los pastores protestantes, los archimandritas, los rabinos, los Testigos de Jehová y los mormones se sienten bien a gusto con el alfonsinismo en el gobierno. De todo lo cual debe inferirse que no hay teologías en discusión, sino más bien una ofensiva no declarada contra los católicos y su Iglesia. Esta ofensiva cuenta con la ‘neutralidad benévola’ el Estado, a cargo de un gobierno extasiado por una Constitución que establece el sostén del culto católico. Misteriosa contradicción”.
Refiriéndose Ramos a su muy bien conocida realidad latinoamericana porque caminó lo largo y lo ancho todo el subcontinente, subraya Ramos que “he dicho más de una vez que, en América Latina, el indigenismo indicativamente esgrimido por blancos puros de religión protestante esconde, allá en el fondo, la acción político-étnica del imperialismo. Este último se propone fragmentar más todavía la Nación-continente. De la misma manera, los amargos y hasta soeces ataques a la Iglesia que suelen verse en las tapas de las revistas porno-progresistas de Buenos Aires, no suponen un diálogo herético con Dios o el soliloquio de un metafísico, sino la manifestación vulgar de una política extranjera contra la Nación. Esto debe explicarse en el sentido de que la fe católica es profesada por la mayoría de los argentinos y latinoamericanos y es, de algún modo, como la coránica en Medio Oriente, un peculiar escudo de nuestra nacionalidad ante aquellos que quieren dominarnos o dividirnos”
“La campaña contra la fe católica, sus símbolos, sus hombres y sus instituciones es tanto secreta como pública. Secreta, en cuanto a la silenciosa poda de los subsidios tradicionalmente otorgados a las escuelas privadas dirigidas por sacerdotes católicos. Y pública, a través de todo género de lenguaraces que han tomado la radio o la televisión por asalto en nombre de la ‘participación democrática’. Ésto debería traducirse en un franco enfrentamiento entre la ‘progresía’ y la ‘feligresía’. Pero no es tal. La respuesta de los sectores nacionales y, en este caso, de la Iglesia, por dichos medios es medida por un gotero por estos ‘profesionales de la libertad’. Si se toma como ejemplo el tema del divorcio (hoy debiéramos hablar del homomonio, recién aprobado por el Congreso), otra muestra de la inventiva inagotable del alfonsinismo, se verá que la truculencia periodística contra la Iglesia tiene pocos precedentes en la Argentina”.
Y se pregunta el intelectual marxista: “¿Cuál es la actitud del gobierno? Adopta el aire pampeano de dejar pasar el tiempo. Se lava las manos como si nada le concerniese. Son sus diputados y senadores de liviano equipaje intelectual los encargados de conducir el tema, seguidos al trote por los peronistas liberales, que con legión y por raleados demócratas cristianos, poco cristianos y dudosos demócratas, aunque alfonsinistas devotos. Cabe imaginar qué diría Irigoyen de sus herederos y Perón de los suyos”.
“Pero lo que resulta digna de ser señalada es la actitud de la ‘gran prensa’, cuya unción en otra época arrancaba lágrimas. Eran los tiempos en que el régimen oligárquico, la Iglesia y la ‘prensa seria’ discurrían armoniosamente en el ‘statu quo’. Después de Juan 23 y de Pablo Sexto, después de Medellín y de Puebla, cuando la Iglesia descubre América por segunda vez y admite que la liberación del nuevo mundo recae en las manos del gran pueblo latinoamericano, la oligarquía tanto como la gran prensa se distancian de la cristiandad. La miran con sospecha, como los coroneles-terratenientes a los obispos del Brasil”.
Y concluye Jorge Abelardo Ramos, el hoy vituperado pensador de la cuestión nacional: “Es que el Estado Nacional aguarda su nacionalización. Así como destrata a las Fuerzas Armadas, a las que simula atribuir la responsabilidad común de los excesos en la represión, del mismo modo que condena a los comandantes que ocuparon las Malvinas y absuelve al general que las rindió, así como trata a la señora Thatcher con la punta de una pluma, el régimen gobernante dedica a la Iglesia una hostilidad infatigable”.
Recordemos: estas filosas conceptualizaciones del “Colorado” Don Abelardo fueron escritas en 1986, es decir hace mucho más de diez años. ¿Algo ha cambiado desde entonces? ¿No seguimos los católicos argentinos tan escarnecidos como entonces por la política demoledora de un gobierno “nacional y popular”, que se esmera con fruición en entregarnos al dominio de la extranjería de los disvalores haciendo trizas las esencias del ser nacional?