Malvinas: un grito de unidad y la visión de Abelardo Ramos
31/03/2003. por Elio Noé Salcedo
Buenos Aires, 31 de marzo (Télam, por Elio Noé Salcedo*).-
De que la guerra por las Islas Malvinas fue una lucha que trascendió no sólo las fronteras geográficas sino también los límites del análisis político, dan cuenta sus efectos o consecuencias hoy más vigentes que nunca.
El resultado de aquella derrota, que muchos pensaron sería la derrota de la dictadura, no fue sino el corolario de una capitulación nacional en el plano de la política, de la economía, de las ideas y de la cultura, que puso a la Argentina en línea con los designios de los vencedores y la mantuvo sumida hasta que una nueva marea de la historia nos devolvió la dignidad nacional en 2003.
La simpleza con que los políticos luego triunfantes caracterizaron la derrota argentina en Malvinas, augurando una democracia que nos liberaría de todos nuestros pesares e incluso nos haría olvidar la guerra, se topó con una realidad más profunda que el mar: detrás de Inglaterra estaba Occidente, el Nuevo Orden Mundial y el Consenso de Washington, y detrás de la Argentina –gobernada eventualmente por una ominosa dictadura- se encolumnaban los pueblos desheredados y oprimidos de la tierra, hasta entonces llamado Tercer Mundo.
Países opresores y países oprimidos:
A propósito de guerras entre países opresores y países oprimidos, sólo nostálgicos del Nuevo-Viejo Orden pretenderían hoy, por ejemplo, que Khadafi –dictador o no, socio en años anteriores de Occidente, víctima junto al pueblo libio del atropello imperialista-, sea derrocado y que, tras su derrocamiento –como con Sadam Hussein…- vendrán mil años de paz, prosperidad y bienestar para el pueblo libio.
Eso creían también en 1976 los que apostaban al derrocamiento de Isabel Perón en pos de un ideal democrático que no se pudo verificar sino después de 33 años, cuando Néstor Kirchner unió las reivindicaciones democráticas con las reivindicaciones nacionales y planteó un proyecto de Nación que contradice al mismo tiempo el proyecto de la dictadura, el de la democracia formal y el de la política de rodillas ante los poderes económicos concentrados que nos legó el neoliberalismo.
Malvinas fue, es y será una causa nacional y popular, como las tres banderas del peronismo, como la bandera de los derechos humanos y como la bandera de la unidad latinoamericana que, junto a las otras, los Kirchner supieron poner en el centro de la UNASUR, y que, ¡oh causalidad!, fue la primera bandera que flameó durante la, digámoslo hoy, dignificante guerra por Malvinas.
Fue uno de los homenajeados por estos días en la Muestra del Pensamiento y el Compromiso Nacional que reivindicó a Jauretche, Scalabrini, Perón, Evita y Néstor junto a otros pensadores nacionales, quien, en forma casi profética, se animó a decir y escribir después de la derrota de Puerto Argentino estas palabras: “La guerra de las Malvinas, en el cuadro de esta lenta decadencia, ha irrumpido y vuelto a plantear todo de nuevo, y aquella figura retorizada, abrumada en el bronce, venerada en la rutina escolar, inmovilizada y divinizada, es decir Simón Bolívar, ha cobrado vida en el Atlántico Sur. Vuelve a montar a caballo. Toda la América Latina ha cobrado la memoria histórica perdida. Ahora se entiende al fin el significado de voces olvidadas y precursoras: Torres Caicedo, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Haya de la Torre. Y se podrá comprender que ni el nacionalismo ni la democracia ni el socialismo poseen el menor significado en América Latina si no se reencarnan en un programa general de revolución nacional unificadora de la Patria Grande. La guerra de Malvinas, con el fulgor del relámpago, enseñó a los latinoamericanos que realmente tienen una patria común”. (Historia de la Nación Latinoamericana. Jorge Abelardo Ramos).
No es poco decir sobre Malvinas –que nos hizo ver la verdadera cara del imperialismo y nos devolvió a lo brazos de América Latina-, cuando lo que se dice nos remite a nuestros orígenes, nos concilia con nuestro presente y nos conecta con nuestro porvenir. No es tampoco casual que fuera un patagónico el que nos devolviera la esperanza.
por Elio Noé Salcedo,*Profesor de Comunicación Social-San Juan.(Télam)