El revisionismo de Izquierda
03/04/1970. Juan José Hernández Arregui
Entre los representantes de la izquierda nacional no incorporados al peronismo, que surgen a la vida política en los alrededores de 1945, debe citarse al más influyente: Jorge Abelardo Ramos.
“La palabra ‘política’ –según Wilhem Bauer- comparte en alemán con la palara ‘historia’, el doble sentido de una significación objetiva y otra subjetiva, en cuanto se quiere entender con ella no sólo la teoría de la acción política, sino la acción política misma”. Y esto es la obra de Jorge A. Ramos. El pensamiento histórico-político de Ramos está expuesto en su obra más elaborada. Revolución y Contrarrevolución en la Argentina (Las masas en nuestra historia). (1)
En este libro, la historia escrita de la oligarquía es desenmascarada en su esencia ensangrentada por los valores de la Bolsa portuaria, afirmada en la barbarie política de la clase dominante y orientada por el interés extranjero. El libro, en su doble acorde histórico y político está vertebrado sobre una idea fundamental: sólo los personajes de nuestra historia que se han apoyado en las masa y en su voluntad histórica de ser, han representado tendencias sociales auténticas. La aplicación metodológica de esta tesis marxista da por resultado una reconstrucción donde el pasado y el presente argentinos se ensamblan en la orgánica continuidad de los hechos colectivos de la historia nacional. Actividad colectiva revolucionaria, o constante histórica, que Jorge Abelardo Ramos sigue y analiza desde las alturas de la Argentina actual y no desde las abstracciones secas de una historia oficial fraudulenta. Por eso, la clave del libro de Ramos está en sus propias palabras: “La historia es prisionera de la política”.
El método y la documentación
Jorge Abelardo Ramos no maneja una documentación inédita. Esto podrá ser un defecto, pero al mismo tiempo prueba, por contraste, la insignificancia de la mayoría de nuestros historiadores profesionales. No parece preocuparle mucho, en efecto, la técnica heurística, -esa técnica que hace creer a los trotapapeles melancólicos que hacen historia cuando en realidad son archivistas- pero en cambio, la documentación inédita utilizada, es en cierto modo nueva, pues ha sido exhumada de libros que la oligarquía ha radiado de la circulación, o bien es recreada por la originalidad interpretativa de Ramos, a lo cual contribuye tanto la fuerza literaria del autor como el método marxista que hace de soporte teórico.
Comienza Ramos, estableciendo las relaciones entre las ideas emancipadoras de Mayo y el liberalismo español de los siglos XVIII y XIX, tanto como la diferencia entre las dos Españas. La tesis sobre la influencia liberal hispánica no es nueva, pero sí verdadera.
Ramos presenta la sucesión de hechos y personajes que en las historias oficiales aparecen determinados por azares psicológicos, sujetos al matraz invisible de los vastos y lentos procesos de la economía internacional. En este marco, los actores adquieren vida y se esclarecen a sí mismo en sus motivaciones de clase, al encajar dentro de los fenómenos colectivos, bases de toda explicación racional de la historia. El hecho central de nuestra historia –para Ramos- es el conflicto entre el interior mediterráneo empobrecido, el litoral ganadero indeciso entre el país y Buenos Aires, y en definitiva, en permanente compromiso con la aduana de la ciudad puerto. De estos antagonismos surge el primer plano político, el triunfo de la oligarquía portuaria, unitaria, primero, liberal después y finalmente apartida. Todo esto sobre el trasfondo de una voluntad desdibujada e inflexible: Inglaterra.
Mediante este entrecruzamiento de los factores económicos, de la política nacional e internacional y de los procesos ideológicos derivados de las condiciones materiales de la vida histórica argentina, Ramos, que nunca pierde de vista la reciprocidad múltiple e interrelacionada de los factores históricos, indaga las causas del drama nacional. Liberado de esquematismos escolares –con lo cual le hace un favor al marxismo servido en la Argentina por intérpretes dogmáticos o incultos- señala correctamente el papel defensivo frente a lo extranjero, jugado por determinadas tradiciones culturales colectivas. Así por ejemplo, destaca el papel ideológico de la religión –aunque la Iglesia sea históricamente reaccionaria- y que en ciertas condiciones puede coincidir en los países atrasados con las luchas de las masas por la liberación nacional. Refiriéndose a esta especie de patriarcalismo bíblico corporizado en el siglo XIX por Facundo Quiroga o el Chacho, dirá Ramos: “No había por entonces otra defensa ideológica viable para las grandes masas”. Juicio que prueba tanto la fecundidad del marxismo como la inoperancia de la mayoría de los historiadores adscriptos a esta concepción de la historia y que en lugar de materialismo histórico han hecho liberalismo mitrista con espeluznantes citas de Marx y Engels. “Resulta evidente –agrega más adelante- la naturaleza social de este reflejo defensivo (la religión). El desenvolvimiento de las revoluciones nacionales enfrentará luego a la Iglesia Romana con las masas. Así ocurrió en la Alemania de Bismarck, en la Italia de Cavour, en la Argentina de Roca y de Perón”. Son también válidas las reflexiones del autor sobre el papel nacional positivo cumplido con relación al Paraguay, en un determinado momento histórico, por las misiones jesu´{iticas. Y en el orden inverso, es decir en otra situación histórica, también es justa la valoración del nacionalismo católico en la Argentina, en la que se desgaja el fruto reaccionario de esta corriente ideológica convertida por sus supuestos teóricos conservadores, en un instrumento del imperialismo destinado a obstaculizar y confundir la verdadera lucha de las masas democráticas por la liberación nacional y latinoamericana.
Rosas, Mitre, Roca
La figura de Rosas, pivote de nuestra historia, es enfocada en sus orígenes y consecuencias históricas. Tal visión, ajena al odio liberal y a la apologética católica, devuelve sus dimensiones a esta personalidad histórica.
Lo mismo puede decirse del boceto nuevo –aunue puede citarse el valioso antecedente de Luis Franco- que hace del general Paz. Las páginas más brillantes del trabajo apuntan a la destrucción de un trágico mito histórico: Mitre. Una documentación que los historiadores marxistas han rehuido u oscurecido, le permite a Ramos presentar a Mitre como la figura antinacional por excelencia, negador del federalismo, campeón del separatismo y encarnación de la política impuesta por el imperialismo, con su resultado, la conformación colonial del país. Lo mismo puede decirse del enjuicicamiento de la guerra con el Paraguay, conducida por Mitre al servicio del interés británico y en beneficio del Brasil.
La tesis, algo estrepitosa del autor, está en su reivindicación del general Julio A. Roca, en quien ve la personificación, con relación a un período histórico complejo y mal estudiado o deformado por los intereses del presente, del federalismo popular, que en diverso sentido encarnaron Rosas y los caudillos, opuestos estos últimos, al poder de Buenos Aires. Roca habría sido una especie de fórmula transaccional entre el país y la ciudad puerto obligada a conceder parte de su hegemonía ante el peso político y militar de las provincia. De esta corriente nacional –en parte representada también por Sarmiento, de quien hace Ramos un retrato exultante de vida- y a través de Adolfo Alsina surgirá el radicalismo de Alem, Irigoyen y Aristóbulo del Valle. Pero si esta tesis es renovadora, al mismo tiempo, desde el punto de vista documental, es la más débil. Es visible el esfuerzo intelectual de Ramos. Sus razonamientos se apoyan en documentos fragmentarios, y en todo caso, rebatibles. Puede aceptarse que dentro de la oligarquía nacional en formación, Roca representó su tendencia más argentina. No es que Ramos ignore la dificultad del planteo: “A esta ideología nacional del roquismo le faltaba la base material para el Desarrollo técnico”. Y en esto reside, justamente, la dificultad de la tesis. La historia es lo que fue, no lo que pudo ser. El hecho que, pese al “nacionalismo” provinciano que representó, Roca no haya podido quebrar la política de la oligarquía portuaria, demostraría más bien, que las condiciones objetivas –Buenos Aires- eran superiores a la voluntad nacional de las provincias. Como dicen los ingleses: “La prueba del pudding consiste en comerlo”. Y ramos deja el pastel en la bandeja. Es decir, arriba a una conclusión sin pruebas.
De cualquier modo, después de Jorge A. Ramos, Roca aparece bajo una nueva luz y nos parece bien orientada la revisión que inicia de esta importante figura, a la que vincula, en la continuidad del suceder histórico, con Irigoyen y Perón. El pensamiento de Ramos puede resumirse así: “La ideología nacionalista democrática, que representaba un nacionalismo posible, una forma de adaptación a la situación general del país y del mundo, fue sustituida por un liberalismo económico ruinoso que debía resultar funesto para el futuro argentino”. De este modo, la brillante tesis, reparte su mérito entre el talento del autor y la astucia del abogado, más interesado en su causa que en la verdad.
Nuestra crítica consiste en lo siguiente. A raíz de la política nacional de Roca –y a pesar de él mismo y de la línea progresista que representaba en el orden ideológico- la oligarquía portuaria derrotada política y militarmente por Roca, en realidad heredó un país más vasto. La explotación oligarco-imperialista, a raíz de la unificación del país por Roca, se hizo posible en escala nacional, pero al mismo tiempo quedaron creadas las bases –y ésta sería la inesperada consecuencia positiva del roquismo- de la lucha por la liberación también en escala nacional. La sustentación popular y nacional del roquismo, terminó efectivamente por diversos imbricamientos y ramificaciones, nada uniformes de las tendencias económicas y políticas de las épocas, en el yrigoyenismo y en el peronismo, pero con un sentido nacional enteramente distinto. Roca, en última instancia, fue absorbido por la oligarquía y nunca dejó de ser su representante. Incluso como gran propietario de tierras. Por eso tiene en el corazón de la ciudad-puerto una horrible estatua. La final conciliación de Roca y Mitre tiende a confirmar este destino de Roca. Pero en su estado actual, después de Jorge A. Ramos, Roca es una de las figuras de la historia nacional que exige revisión por encima de las disonancias liberales y católicas.(2)
Polemista de garra, los acontecimientos posteriores a 1930 son narrados por Jorge A. Ramos con un estilo directo que transporta al lector a las zonas cálidas de la historia real. El P. Socialista es vivisecado en su esencia reaccionaria pro-imperialista, y Ramos, con una documentaión irrefutable, denuncia las tácticas del P. Comunista como un conjunto de desastres organizados en beneficio de las fuerzas antinacionales.
Al abordar el estudio del poder militar en la Argentina –al margen de los esquematismos de “nazismo” o “antinazismo” caros a los pelucones de la pequeñoburguesía intelectual horrorizados frente a la irrupción de las masas proletarias en la historia– Ramos reivindica la función nacional del Ejército Argentino que, en 1943, cumplió una tarea histórica liberadora. El capítulo dedicado al peronismo, es el primer análisis serio de este gran proceso histórico colectivo: “Si el radicalismo había muerto con Irigoyen –escribe- volviéndose un partido antinacional, y si los partidos “obreros” habían abandonado los intereses del proletariado para aliarse con la oligarquía, las masas tendieron oscuramente a expresarse a través de un hombre para actuar políticamente. La hora de formar el propio partido no había sonado todavía, pero había llegado el tiempo de que la clase trabajadora ingresase a la política argentina. No lo hacía sola, integraba un frente nacional antiimperialista. La significación histórica de este acontecimiento quedó oscurecida por las consecuencias del triunfo y por el desarrollo ulterior del régimen bonapartista. Pero es inequívoca al más breve examen. A diferencia del escéptico profeta europeo, el pueblo argentino no entraba al porvenir retrocediendo”.
Reafirma Ramos el carácter progresista del régimen, tanto como de las fuerzas económicas –la industria- que representó objetivamente, sin que esas fuerzas tuvieran conciencia del significado histórico de Perón. Este hecho, entre otros factores, creó las condiciones, según la tesis de Ramos, del régimen bonapartista en el sentido formulado por F. Engels pero que el autor toma de la versión de Trotski: “Una semidictadura según el modelo bonapartista conforma los principales intereses de la burguesía, aun en oposición a la burguesía misma, pero no le deja ninguna participación en el control de los negocios. Por otra parte, la dictadura se ve obligada en contra de su voluntad a adoptar los intereses materiales de la burguesía! (F. Engels.)
La tesis del “régimen bonapartista”, aplicada a Perón –y empobrecida con bastante posterioridad por Rodolfo Ghioldi- ha sido utilizada por primera vez en la Argentina por Jorge A. Ramos. Se funda en un célebre pasaje de una carta de Engels, pero en realidad, el concepto de “bonapartismo” pertenece al propio Marx. Engels la resumió en un concepto metodológico general y, en cierto modo, la esquematizó en exceso. Según Engels, el régimen bonapartsta consiste en que objetivamente representa los intereses materiales de la burguesía sin darle participación en el poder político efectivo, tomando el Estado la dirección de los negocios, sin que por eso el Estado deje de representar a la burguesía. Este rasgo del régimen bonapartista, permítele hacer concesiones a las otras clases. Tal oportunismo político, explica las vacilaciones de estos gobiernos, en los momentos críticos, entre la revolución y el orden conservador que en la opción se resuelve en el último sentido.
Pero el concepto de “bonapartismo”, no se puede usar rígidamente con relación a situaciones distintas sin introducir importantes salvedades. El mismo Marx lo aplicó a una situación histórica diferente a la mentada por Engels. El “bonapartismo” deriva de un trabajo de Marx sobre el sobrino de Napoleón I, Luis Bonaparte, sobrenombrado “Napoleón el Pequeño”, por Víctor Hugo., apodo aceptado por Marx. El concepto de “bonapartismo”, como categoría histórica, es en tal sentido general, aplicable al régimen de Perón. Pero en su sentido particular, exige fundamentales aclaraciones. Marx, justamente, usó el concepto, en un sentido particular, como correspondía. Por eso, la aplicación del concepto general, es insuficiente: 1°) Por tratarse deépocas distintas., 2°) Por ser Francia, durante el siglo XIX un país capitalista avanzado y la Argentina actual, un país semicolonial.
El concepto de “bonapartismo”, como se ha dicho más arriba, fue reactualizado por León Trotski, con relación a los países coloniales, pero en un sentido bastante diferente al de Engels, de quien lo extrajo.
Es cierto, que ciertos rasgos del “régimen bonapartista”, equilibrio por encima de las clases, etc., permiten calificar al peronismo en tal forma. Pero Luis Bonaparte, que con concesiones parciales a las diversas clases logró mantenerse en el poder durante un largo período, en los hechos, se apoyaba en la clase más reaccionaria, el campesinado francés. El mismo Marx ha revelado la esencia particular del régimen de Luis Bonaparte: “La dinastía de Bonaparte no representa al campesinado que pugna por salir de su condición social de vida, determinada por la parcela, sino que, al contrario, quiere consolidarla; no a la población campesina que con su propia energía y unida a las ciudades quiere derribar al viejo orden, sino que, por el contrario, sombríamente retraída en ese viejo orden, quiere verse salvada y preferida, en unión de su parcela, por el espectro del imperio. No representa la ilustración sino la superstición del campesino, no su juicio sino su prejuicio, no su porvenir sino su pasado, no su Cévennes sino su moderna Vendeé”. Y en otra parte, dice Marx: “Bonaparte representaba la clase más numerosa de la sociedad francesa, la de los cultivadores de parcelas”.
El “bonapartismo” de Perón sólo relativamente puede ajustarse a la Argentina. Tal bonapartismo, en su contenido particular, no fue reaccionario sino revolucionario, conciliador a medias por su recostamiento en la clase trabajadora y no en las clases altas –oligarquía terrateniente, burguesía industrial naciente, campesinado chacarero- fuerzas que, en definitiva, nunca le prestaron su apoyo, y en última instancia, resistieron al sistema en tanto el proletariado permanecía fiel al mismo. De ete modo es como Rodolfo Ghioldi, luego de plagiar a Jorge A. Ramos, reduce, como siempre, el marxismo a groseras depravaciones. El propio Engels, concibe, también en una aplicación particular del concepto, formas del “bonapartismo” progresistas, no reaccionarias. Engels, en efecto, estudió el contenido particular, no del régimen de Luis Bonaparte, sino de la monarquía prusiana bonapartista. Y consideraba este “bonapartismo” como un avance, con relación al feudalismo, en tanto sacrificó “a los junkers como clase”. Engels, sostenía que el bonapartismo fue la forma que adoptó la revolución burguesa en Alemania. Pero la burguesía “paga su emancipación social, gradualmente concedida, con la renuncia total a su propio poder político”.
Los ejemplos de Marx y Engels, distintos entre sí, no responden al caso argentino, más allá como se ha repetido, de la generalidad del concepto.
Otra de las críticas al régimen de Perón, formulada por J. A. Ramos –y por curiosa coincidencia utilizada por Rodolfo Ghioldi- consiste en señalar que la industria pesada fue postergada en beneficio de la liviana. Esta crítica pone como ejemplo, de primera intención convincente, a Lenin, quien enfiló todo el esfuerzo nacional ruso, después de 1917, hacia la consolidación de la industria pesada, a pesar de los sacrificios cruentos pero necesarios, impuestos a la población en su conjunto y particularmente al campesinado. Tal crítica es también inaplicable a la Argentina. Se olvida que ya en Rusia, en la época de los zares, existía una gran industria pesada. La situación no es la misma en un país colonial, donde los gobiernos de orientación nacional se ven obligados a luchar con medios legales contra la antigua clase de los grandes propietarios territoriales, etc.
En tales países, la posibilidad de la industria pesada tiene por causas, o bien necesidades militares, o bien el desarrollo desordenado de la industria liviana, y generalmente, ambas causas se complementan.
Durante el gobierno de Perón, ese desarrollo, en un breve plazo de tiempo, fue tan poderoso que creó la necesidad de la industria pesada en términos perentorios. Esto explica que Perón se viese obligado a solucionar el problema energético, particularmente, el del petróleo. Además, la idea de la industria pesada había estado presente desde los comienzos del régimen, y a tales fines se construyeron las gigantescas usinas de San Nicolás, actualmente controladas por monopolios extranjeros, los diques, altos hornos, etc., medidas todas orientadas en el sentido de fundar una siderurgia nacional. Esta crítica de la izquierda pone los bueyes tras el carro. Fue esa inminencia de una industria pesada que surgía en su momento justo, la que aceleró el golpe británico y la vuelta a la antigua situación colonial en el orden financiero.
La industria ligera, o productora de artículos no durables, durante el último gobierno de Perón, se convirtió en “causa” de la industria pesada. Sólo en una sociedad colectivista, donde la producción está estrictamente planificada, es posible –como lo prueba el caso de China moderna- el desarrollo de la industria pesada con anterioridad a la liviana. En los países semicoloniales, el desarrollo parece responder a una ley inversa. A raíz de hechos externos –guerras mundiales, crisis, etc.- se desarrolla una industria ligera subsidiaria de las necesidades no satisfechas por la importación. El caso del Japón, que parecería contrariar esta regla, en verdad, la confirma. En la primera mitad del siglo XX, cuando ingresa a laq categoría de país industrial, ya Japón poseía una importante industria artesana centralizada, hecho al que, además, debe agregársele una evolución del imperialismo, por entonces en su etapa inicial de desarrollo, y que no estaba por eso, en condiciones de estrangular el desarrollo nacional nipón. Japón agrupó en empresas modernas las que ya existían y las cimentó con una poderosa industria pesada, proceso al que contribuyó el mismo régimen feudal militar que favoreció el esfuerzo nacional concentrado.
Tales las ideas críticas e históricas de Jorge Abelardo Ramos que ha realizado la primera síntesis madurada de un revisionismo histórico de izquierda. Este hecho no es casual. El libro de Ramos, es la consecuencia del desarrollo de las ideas políticas en la Argentina, su florecimiento marxista, ni definitivo ni irrefutable en los detalles, pero decisivo en la orientación futura del pensamiento histórico argentino. Este remate marxista no rehúye las fuentes antimarxistas, ni el aporte del revisionismo histórico nacionalista posterior a 1930.
No faltarán partidarios de esta última tendencia que señalarán lo que Ramos les debe. Pero al formular tal juicio, callarán lo mucho que ellos, historiadores nacionalistas, le adeuda al marxismo como método. En rigor, el esclarecimiento económico de la historia nacional, cumplido por el revisionismo histórico rosista –y especialmente por José María Rosa- despojado de su cáscara ideológica ultramontana, ha sido una aplicación subrepticia y parcial de los supuestos metodológicos del materialismo histórico. De este modo, las diversas tendencias nacionales, condicionadas por la realidad histórica argentina que las supera a todas, contribuyen a la verdad histórica al destruir desde la derecha y la izquierda nacionales, la historia de los vencedores en Caseros. Queda como un mérito de Jorge A. Ramos, haber formulado una interpretación histórico política de contenido nacional, de innegables consecuencias educativas.
Del libro La formación de la conciencia nacional
Editorial Hachea 2ed. 1970