Historia política del ejército argentino -Primera Parte-

Jorge Abelardo Ramos

LOS CRIOLLOS DERROTAN AL IMPERIO BRITANICO


Los argentinos nacieron a la vida histórica antes de su emancipación de España. Las Invasiones Inglesas cons­tituyeron su bautismo de fuego, al mismo tiempo que la primera expresión de nuestras relaciones seculares con Gran Bretaña. El 6 de setiembre de 1806, Liniers daba conocer un bando para convocar a los vecinos de 16 a 50 años a fin de organizarlos en milicia. Estas milicias populares tenían un carácter eminentemente democrático puesto que los soldados elegían a sus ofi­ciales y estos a los jefes superiores. Las primeras fuerzas estaban compuestas por criollos y españoles, pero a partir de la conspiración de los monopolistas enca­bezados por Alzaga en 1809, los cuerpos integrados por peninsulares fueron desarmados y al producirse la Revo­lución de Mayo las incipientes fuerzas armadas en Bue­nos Aires eran totalmente formadas por hijos del país. Los cuerpos criollos eran los Patricios, Arribeños (así se llamaba a los soldados procedentes de las provincias interiores) Patriotas de la Unión, Húsares de Pueyrre­dón, Cazadores Correntinos, Granaderos Provinciales. También se formó un cuerpo de artilleros en el que sirvieron pardos y morenos. Recordemos dos hechos im­portantes: el pueblo criollo en armas se improvisa en Ejército para combatir la invasión británica. Así nace el Ejército argentino; y la palabra “argentino” se creará por esa misma razón. El poeta López y Planes, autor de nuestro himno, escribirá un poema titulado “Triun­fo argentino” para cantar esa victoria nativa. Así quedan bautizados los hijos del Plata (del latín “argen­tum”) para siempre. La milicia se hará Ejército y el nativo se hará argentino al nacer ambos para la historia en lucha con Inglaterra. Será útil no olvidarlo, aunque desdeñen este origen el almirante Rojas y el general Luis R. González. La inminente Revolución de Mayo, al abolir la esclavitud en una de sus primeras Asambleas nacionales, correspondería al heroísmo demostrado por los soldados negros y se justificaría a si misma. Con las primeras fuerzas armadas en las Provincias Unidas del Río de la Plata, integradas por criollos de Buenos Aires y del interior, se definía el carácter nacional del Ejercito Argentino que en esos momentos nacía. La Revolución de Mayo ampliaría sus cuadros al organizar las primeras expediciones enviadas al Alto Perú, a la Banda Oriental y al Paraguay, incorporando a sus filas a miles de hombres del pueblo. Provenían de todas las clases sociales: eran artesanos, gauchos, jornaleros, abogados, estancieros y hasta fogosos miembros del bajo clero que abrazaron la causa de la revolución, enfrentándose con el papado romano que la condenaba. Pero corresponde sin duda al genio político y militar de San Martín el mérito histórico de haber creado el programa político y al mismo tiempo el núcleo operativo más importante del primer Ejército argentino.
A este americano en España le toca en suerte vivir uno de los grandes momentos de la historia moderna: la supremacía europea de Napoleón; bajo su manto im­perial se escondía la Revolución Francesa, que influiría decisivamente en los destinos de España y de América. Bonaparte invade la península, destruye el agonizante absolutismo borbónico, introduce en España mejoras le­gislativas de todo orden y se enfrenta al mismo tiempo con la heroica resistencia del pueblo en armas. Una revolución nacional y democrática comienza el 2 de mayo de 1808 en Madrid: “La Patria está en peligro; Madrid perece de la perficia francesa; españoles: acudid a sal­varla”.
Este grito clásico de todos Ios levantamientos nacio­nales resuena en los oídos de San Martín y de toda su generación. Y así corno el contenido históricamente avan­zado del régimen de Napoleón emplea métodos reac­cionarios al intentar imponer el progreso de los tiempos por medio de una tutela extranjera, detrás de la defensa del rey Carlos IV y su hijo, el pérfido Fernando VIl, el pueblo español esconde su propia defensa, la reafirma­ción de la soberanía nacional, el establecimiento de los derechos constitucionales, la proclamación de la demo­cracia moderna a través del pueblo en armas. Tales equívocos son muy frecuentes en la historia. Nada sería más falso por otra parte que atribuir a la invasión na­poleónica la razón exclusiva del levantamiento popular y la revolución nacional española; la agresión francesa será sólo el factor desencadenante de un laborioso y lento proceso de disgregación del absolutismo que atra­vesaba España desde hacía varios siglos.

LA MASONERIA EN EL EJERCITO ESPAÑOL


La débil burguesía española, en su lucha con la no­bleza y el clero, apoyados estos últimos en el atraso agrario y la putrefacción feudal de la vieja España, ha­bía logrado expresarse políticamente tanto en el Ejér­cito como en la burocracia. La masonería tenía sus hombres entre los propios ministros del rey Carlos IV —conde de Aranda, Floridablanca— entre los jefes militares, la burocracia y la intelectualidad española. Sistema de acción política secreta, la masonería había tornado sus símbolos de los gremios medievales de albañiles; formalmente se proponía difundir los principios del al­truismo y de la hermandad en el mundo entero, mediante la creación de logias cuyos complicados ritos y mis­teriosos símbolos no pudieron esconder desde el siglo XVIII la orientación burguesa y liberal que la dominaba. En términos generales, puede afirmarse que bajo el es­cudo de la masonería, pudo luchar exitosamente la bur­guesía europea y americana tanto contra el absolutismo, como contra el feudalismo y el clero que dominaban todos los resortes de la vida pública, de las ideas domi­nantes y de las palancas del poder. El carácter secreto de la masonería se derivaba de la naturaleza defensiva del combate librado en diversas épocas por la burguesía.
Los oficiales americanos que luchaban en el ejército español no pudieron sustraerse a esta renovadora y vi­gorosa corriente de ideas que despertaba a la península y que desnudó a plena luz la invasión francesa. La acefalía del poder determinó la formación de Juntas po­pulares en toda España y poco después en las princi­pales capitales de América Hispánica. El joven teniente coronel José de San Martín, vinculado con Matías Za­piola, un marino porteño en España y con Carlos de Alvear, decidió regresar a su patria. San Martín había pertenecido a la logia de Cádiz, junto con Zapiola y Al­vear. Al llegar a Buenos Aires, desconocido, sin familia, hasta mirado con desconfianza por la cerrada ciudad porteña, decidió fundar una nueva logia a la que llamó Lautaro. Mucho se ha discutido si esta logia tenía o no un carácter masónico, vale decir si estaba subordinada o asociada las masonerías europeas o inglesas. Esto carece de toda importancia política si se considera que la acción pública y los resultados objetivos de la lucha sanmartiniana respondieron con toda evidencia a los in­tereses de su país y de América Latina. Lo que resulta indiscutible es que la organización de la logia Lautaro se derivaba irresistiblemente de las difíciles y casi in­salvables dificultades que San Martín debía enfrentar en la ciudad de Buenos Aires a causa de los intereses de la oligarquía mercantil porteña. En la ausencia de un partido político capaz de apoyar desde el gobierno sus planes de emancipación americana, San Martin debió crear un partido politico, o por mejor decir, un Estado Mayor político de carácter secreto en las propias filas del Ejército.
Los nacionalistas argentinos actuales han considerado siempre a la masonería con gran hostilidad. Atribuyen a este tipo de organización un carácter poco menos que demoníaco, perverso, antirreligioso y sobre todo antinacional.. Es preciso aclarar, en primer término, que la masonería en nuestro país ha seguido el destino paralelo al del liberalismo y es de toda mala fe identificar la masonería o las logias de los tiempos de San Martín con la masonería de los tiempos modernos. San Martín era un revolucionario hispanoamericano cuyo objetivo cen­tral, frustrado y grandioso, fue el de crear una América hispánica unida, democrática e independiente. Debió va­lerse para ello de los recursos que estaban a su alcance y sobre todo combatir denodadamente con la mezquindad de la oligarquía porteña que sólo deseaba la independen­cia para ejercer el comercio libre y subordinarse al Im­perio británico.
Las logias masónicas europeas habían constituido, desde las guildas medievales hasta la Revolución Francesa, la forma conspirativa normal en la lucha de la burguesía del Viejo Mundo contra el predominio feudal y absolutista. En ese sentido, los masones representaban el liberalismo revolucionario del mismo modo que la orden de los jesuitas constituía el partido secreto de la Iglesia romana en la lucha contra el jansenismo y todas las heterodoxias derivadas de la reforma protes­tante. La masonería, que no tenía un carácter religioso, contempló con simpatía todas las corrientes protestantes que se levantaron a partir del siglo XVI contra la soberbia romana, brazo espiritual del feudalismo ago­nizante. Por otra parte, el tema mismo de la masonería está lleno de equívocos. San Martín ingresó a la Logia de los Caballeros Racionales, fundada en Londres por Francisco de Miranda, el ilustre venezolano. Esta logia gozaba de las simpatías británicas porque Inglaterra apoyaba la independencia de las colonias americanas con el objeto de debilitar la influencia mundial de la península.

EL DOBLE CARACTER DE LA MASONERIA EN AMERICA
Pero las logias masónicas del siglo XIX no consti­tuían sino una forma, cuyo contenido variaba según fueran los intereses específicos que movían las acciones de sus participantes. De ahí que sea totalmente erróneo con­siderar a San Martín y Rivadavia políticamente identifi­cados sobre la base de una común condición masónica. La masonería en América como en Europa, estaba divi­dida entre sí, y aún internamente. Masones ambos, San Martín y Rivadavia expresaban dos concepciones polí­ticas totalmente diferentes. El primero encarnaba la ideología revolucionaria de la generación militar sur­gida de la España en armas y cuyo objetivo era la creación del estado nacional latinoamericano. Rivada­via, a su vez, interpretó dos intereses de la burguesía importadora y exportadora de la ciudad de Buenos Aires, íntimamente asociada al Imperio Británico. Su filia­ción de masón no era más que el signo de todos los liberales de la época.
San Martín aspiraba a aplicar los principios progre­sistas del liberalismo a su propia patria continental: independencia política, proteccionismo, liberación de los indios, unidad nacional, educación popular, la emancipa­ción de los esclavos, libertad de imprenta, abolición de la inquisición y de la censura previa, de los azotes en las escuelas, de las torturas policiales, la inviolabilidad del domicilio, las garantías individuales, la división cle los poderes. Rivadavia, por su parte, entregaría las finanzas del país a los banqueros ingleses, las minas de La Rioja a un consorcio británico, la Banda Oriental a las exigencias brasileñas primero, y luego a la “indepen­dencia política” de esa provincia exigida por los intere­ses balcanizadores de Gran Bretaña; negaría más tarde los derechos electorales a los sirvientes y a los peones, anularía la autonomía de las provincias y desataría la guerra civil. ¿Cómo identificar por una simple denomi­nación de masones a San Martín y Rivadavia, a la ju­ventud militar revolucionaria procedente del movimien­to nacional de la España democrática con los abogados nativos del comercio importador pro-británico? Según vemos, las logias masónicas no eran en modo alguno semejantes, ni era semejante la masonería en Europa que la masonería en América, donde también estaba dividida por intereses antagónicos. En síntesis, las Logias masónicas no tenían de secreto más que sus ritos orien­tales, simple decoración artisica y seudo-filosófica de muy remoto origen, pero cuyas tendencias debían verse a los ojos de todo el mundo en la acción práctica de sus integrantes más destacados.
Desde la segunda mitad del siglo XIX y en lo que va del presente, la masonería en la Argentina careció, sin ninguna clase de distinciones, de toda progresividad histórica. En nuestro tiempo las “tenidas masónicas” se sobreviven como formas políticas singulares de la pe­netración imperialista. Los masones son en nuestros días excelentes comensales y amables anfitriones en los hoteles de lujo. En el siglo que las masas deciden públi­camente sus destinos, la masonería proporciona a rner­caderes y, abogados un desabrido menú ético. La degra­dación política de la burguesía argentina puede medirse en el hecho de que ni siquiera bajo la forma masónica ha logrado defender sus intereses; desaparecido hace más de un siglo el partido militar de San Martín, el capital extranjero, desde Rivadavia hasta hoy, domina totalmente la masonería argentina.

LA LOGIA LAUTARO EN EL EJERCITO


La caída del partido morenista y la oscura muerte de su jefe en alta mar deja en Buenos Aires un vacío político que sólo colmará San Martín al llegar en 1812. Pero lo hará con sus propios métodos. Advierte que la revolución recién iniciada entrará en agonía si no se traduce en actos destinados a ganar el apoyo de las amplias masas populares del interior y destruir con medios militares el foco central de la reacción absolu­tista en América, radicado en la Lima de los virreyes. El técnico se consagra a instruir y a formar el primer Regimiento de Granaderos a Caballo y el político crea con los jóvenes oficiales la Logia Lautaro. Adopta para bautizarla el nombre de un indomable caudillo indígena de la tierra chilena, y este sentimiento profundamente americano de San Martín no abandonará jamás al vás­tago de la cuna indígena de Yapeyú, amigo de gauchos salteños y de montoneros litorales. Los nombres de los primeros afiliados a la Logia Lautaro habrán de reapa­recer durante varias décadas en las convulsas jornadas del país que nace: Carlos María de Alvear, Chilavert, Castelli, Monteagudo, Necochea, Quintana, Tomás Gui­do, Juan José Paso, Posadas, Rondeau, Balearse, Alvarez Jonte, Belgrano, Pueyrredón. El juramento inicial de la Logia se expresaba en esta fórmula:
“Nunca reconocerás por gobierno legítimo de la Patria sino aquel que sea elegido por libre y espontánea vo­luntad de los pueblos, y siendo el sistema republicano el más adaptable al gobierno de las Américas, propen­derás por cuantos medios estén a tu alcance a que los pueblos se decidan por él”.

BUENOS AIRES Y LAS GUERRAS CIVILES


La activa ciudad contrabandista, comercial, impro­ductiva, burocrática y cosmopolita abrazó el librecambis­mo con furor y codicia, pues el librecambio con Ingla­terra la enriquecía; pero al mismo tiempo esa misma política iría a empobrecer y sumir en la miseria a todas las provincias mediterráneas que carecían de productos exportables y que solamente podían encontrar en el desarrollo y modernización de sus industrias artesanales la posibilidad de alcanzar una vida digna junto a la libertad politica. Los porteños se resistieron a distribuir las rentas aduaneras con todas las provincias argentinas, a las que en rigor pertenecían, en igualdad de derechos con Buenos Aires. Su política librecambista, si bien permitía pros­perar a los ganaderos y comerciantes, arruinaba las ma­nufacturas del interior. Tales fueron los dos elementos claves de las guerras civiles inminentes. De ese hecho derivan todas las interpretaciones históricas posteriores que se hicieron con respecto a la Revolución de Mayo. Mitre ha tenido un papel preeminente en esa deforma­ción interesada de nuestro pasado. Del mismo modo que Rivadavia, Mitre expresaría los intereses de la bur­guesía comercial porteña y tendría el mayor empeño en presentar a la revolución de Mayo como producto de la necesidad del libre cambio y en consecuencia, corno feliz producto de la amistad inglesa. Esta interpretación mali­ciosa y profundamente errónea desligaba a la revolución de Mayo del conjunto de la revolución americana y sobre todo de sus implicancias con la revolución nacional y popular de España.

Toda la historia ulterior de San Martín y su fracción política militar, así como el secreto de las guerras civi­les sobrevivientes se fundarán en la absorción ilegítima del poder nacional por los facciosos de la burguesía porteña.
En ese año de 1812, San Martín intervendrá por pri­mera y última vez en la política interna de Buenos Aires. Puede decirse que la famosa revolución del 8 de octubre de ese año, en la cual la guarnición de Buenos Aires al mando de San Martín y de Alvear, se concentran en la Plaza de la Victoria y exigen con la muchedumbre adicta a la logia Lautaro y a la Sociedad Patriótica, la caída del gobierno, está directamente inspirada y dirigi­da por el futuro Capitán de los Andes. La política localista del primer Triunvirato inspirado por Rivadavia había suscitado inocultable repulsión; su declarada hos­tilidad a Belgrano, al inaugurar éste la bandera nacional en Jujuy; sus dilaciones para convocar a la Asamblea General de todas las provincias y su marcado espíritu de liberalismo conservador, le habían enajenado la sim­patía de la juventud patriótica de Buenos Aires y de todo el interior provinciano que cada vez más observaba con recelo la política porteña. En esa jornada de Octubre San Martín impuso a dos lautarianos en el Segundo triunvirato y obligó a la convocatoria de la Asamblea General, que sería conocida en la historia con el nombre de Asamblea del año XIII.

El Segundo Triunvirato no juró por Fernando VII y retomó con los restos reverdecidos del partido morenis ta, la línea revolucionaria, nacional y americana del extinto secretario de la Primera Junta. San Martín y la Logia Lautaro enfrentarían a Rivadavia, que oponía la resistencia conservadora y porteña a convocar un Congre­so General de las provincias. Pero si Moreno había care­cido de fuerza militar, San Martín representaba ya la voluntad del nuevo ejército. Después de vencer en San Lorenzo, San Martín recibe la orden de hacerse cargo del ejército del Norte comandado hasta ese momento por Belgrano. Desde su nuevo destino advirtió la realidad de las provincias y la incurable ceguera de las facciones porteñas que habían empezado nuevamente a imponerse primero en el seno de la Asamblea del año XIII y luego en el régimen directorial. La propia Logia Lautaro amenazaba con descomponerse rápidamente e inutiilizar todos los esfuerzos de San Martín por crear un Ejército Nacional y batir a los españoles en toda América. La fracción porteña de la Asamblea del año XIII había rechazado a los diputados enviados por Artigas, el gran caudillo oriental, provocando su alejamiento irremediable. Al mismo tiempo, San Martín se vincula personalmente con Martín Güemes en Salta, y reconoce la eficacia téc­nica de la guerra gaucha que habrá de librar el salteño contra los españoles en el Norte, cerrándoles el paso de entrada hacia las provincias argentinas. Ya en 1814 San Martín había elaborado su plan para la campaña de los Andes y buscaba desembarazarse de su cargo en el ejér­cito del Norte. Los primeros temblores de la guerra civil en las provincias lo habían llevado a la convicción de que era imposible organizar un ejército argentino dentro del territorio nacional. Solamente podría mantener la dis­ciplina de sus fuerzas si atravesaba la cordillera, liberaba a Chile y seguía hacia el Pcrú. Había tomado definitivamente partido por la revolución continental y se negaría una y otra vez a desenvainar su espada en nuestros con­flictos civiles.

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