Anastasio SOMOZA
Visto por MAMBRU
De frente y De PERFIL
DOS figuras simbolizan la política contemporánea de Nicaragua. Una de ellas es Cesar Augusto Sandino. La otra, Anastasio Somoza. También tienen de común el medio físico; si uno vivió y murió en la selva, el otro posee plantaciones. Sandino fue un rebelde, Anastasio Somoza es un vehemente partidario del orden aceptado, que en Centro América es generalmente el orden impuesto por los Estados Unidos. De tal manera, en los archivos policiales de Nicaragua figura la ficha del bandido Sandino y en las actas de su parlamento Somoza se destaca como un estadista sublime. En todo caso, la personalidad del general Anastasio Somoza ejerce una influencia dominante sobre la política nicaragüense de los últimos veinte años.
Nació en 1896, se educo en el Instituto Nacional de Oriente, en Granada, (Nicaragua), lo mismo que en Estados Unidos. Allí aprendió el idioma inglés, adquisición que le permitió comprender rápidamente la ventaja de que las gentes se entiendan. Duro en el interior, blando en el exterior, Somoza hace pensar involuntariamente en “Tirano Banderas” de Valle Inclán o, mas recientemente en “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias. Su carrera política es variada. Ministro de Guerra y de Marina, enviado especial y ministro plenipotenciario en Costa Rica, subsecretario en Relaciones Extranjeras, jefe supremo de la Guardia Nacional, presidente de la República desde 1938 a 1947, eminencia gris de todos los gobiernos posteriores, Somoza sintió la necesidad de cambiar su espada por la pluma y escribió un interesante estudio titulado “El verdadero Sandino, o el Calvario de las Segovias”. Pero los campesinos sin tierra, los trabajadores de las plantaciones o los semi-esclavos de las compañías imperialistas,-cuyo servicial abogado era Somoza-, no sabían leer, pero tenían memoria. Por los pueblos y campos de Nicaragua flota todavía el espectro de Sandino y otro nicaragüenses repite aún: “¿tantos millones de hombres hablaremos inglés?”.
Articulo publicado en el diario El Laborista
Edición del 30 de Mayo de 1953 (pág. 07)