Henry BERNSTEIN
De frente y De PERFIL
visto por MAMBRU
EN 1876 los archiduques húngaros paseaban por los campos Eliseos, señoronas emplumadas volvían en los crepúsculos del Bois de Boulogne acompañadas de brillantes secretarios de embajadas extranjeras. Los hermanos Lumiere aprendían aritmética, el gran vientre de Paris se sacudía de risa en los teatros de boulevard. Sedán estaba lejos pero todavía resplandecían en las grandes avenidas construidas por el genio contra-revolucionario del barón Huysmann los últimos estertores del Segundo Imperio. La gran prosperidad del último napoleón inundaba de gozo al centro de Paris. La gente quería reír, la vida era dichosa. Francia iniciaba su gran empresa colonial. Había mucho dinero. Fue el año que Henri Bernstein eligió para nacer. Seria fiel hasta nuestros días a la estrella que señalo su nacimiento. Proporciono risas y sollozos baratos, en todos los grandes estrenos del teatro francés desde hace medio siglo. Se asistía a un estreno de Bernstein cada temporada como se asistía al lanzamiento de un nuevo modelo en los talleres de alta costura. Bernstein es una institución como lo es el Parlamento, las grandes joyerías; el encarna en las tablas la impoluta respetabilidad de la Academia Francesa. Según un crítico, cada pieza de Bernstein es muy aplaudida en la temporada y es olvidada cuidadosamente en la temporada siguiente. “El Secreto”, “La Galería de los Espejos”, “Melo”, “Le Coeur”, y “La Sois” (esta última estrenada en 1949) señalan la presencia de un dramaturgo que conoce a su publico. Sus diálogos alegran la ceremoniosa agonía de Francia.
Artículo publicado en el diario El Laborista
Edición del 9 de abril de 1953 (Pág. 07)