FRANCO Y LAS BASES AEREAS
EE. UU. Quiere Aeródromos en la Mano y no Promesas en el Aire
Por Victor Almagro
EXCLUSIVO
PARIS. — Las conversaciones entre los representantes del general Franco y del gobierno norteamericano prosiguen en Madrid envueltas en un sostenido misterio. Pocas veces un acuerdo ha sido presidido de tan laboriosas gestiones.
La explicación es simple. España posee para Estados Unidos una gran importancia estratégica desde el punto de vista de la “defensa occidental”, que como se sabe, abarca el mundo entero. Todas las artes de la seducción yanqui han resultado inútiles, sin embargo, para convencer a Franco de ceder bases navales y aéreas sin mostrar antes los dólares sobre la mesa.
Sobre las virtudes de negociador de Franco, existe un testimonio bastante válido. Al terminar la conferencia de Hendaya, durante la cual Franco había insistido en reclamar para España una porción del Marruecos francés, Hitler habría confesado: “Preferiría hacerme arrancar tres o cuatro clientes antes que tener otra entrevista parecida”.
Aunque la anécdota parece respirar un origen pirenaico, es suficiente para indicar la tenacidad del político. A los norteamericanos no parece irles mucho mejor. Los puntos de fricción comienzan por la exigencia los negociantes norteamericanos en España de abolir la cláusula de la ley española que prohíbe la inversión de capital extranjero en las empresas españolas en una proporción mayor del 25 %. Dicha cláusula exaspera a los miembros de la Cámara Norteamericana de Comercio en España. Pero esta cuestión está subordinada momentáneamente a la colaboración militar entre los dos países, objetivo central del alto comando norteamericano.
La cesión de bases navales tropieza, según las apariencias, con la oposición de los medios nacionalistas del ejército que constituyen el sostén inmediato de Franco. El político español no estaría en condiciones de dar un paso semejante. Los norteamericanos deberían conformarse con un “derecho de entrada” en los puertos españoles.
En cuanto a las bases aéreas, no habría resistencia por parte de Franco, pues esta concesión ejercería menos efectos sobre la imaginación pública, y la “susceptibilidad nacional”. Franco exigiría, en cambio, que el personal norteamericano de los aeródromos permaneciera confinado en las bases, sin mezclarse con la población española. Los intentos de “liberalizar” el régimen franquista, como condición “sine qua non” para un acuerdo, parecen condenados al fracaso. Los norteamericanos son seres prácticos y prefieren aeródromos en la mano que ficciones parlamentarias en el aire. Así pudo escribir el “New York Herald Tribune”; “Toda campaña en los Estados Unidos en favor de la liberalización del régimen franquista en tanto que condición de una ayuda americana, sería susceptible de hacer desaparecer toda posibilidad de ayuda militar. También es comprensible que .el nuevo embajador desee que la opinión pública en los Estados Unidos no sea excitada de nuevo y no provoque una controversia sobre las condiciones en las cuales debería darse una ayuda a España”.
Los republicanos en el exilio, fieles de la democracia occidental, habrán lamentado esta inconsecuencia. Por otra parte, Franco exige una ayuda en dólares igual a la que reciben Francia e Italia y créditos en armamentos por varios cientos de millones de dólares. La buena cosecha española y sus actuales reservas hidráulicas, lo mismo que el apresuramiento norteamericano por llegar a un acuerdo, vuelven fuerte la posición de Franco. En materia diplomática, España ya ha empezado a prestar servicios .al gobierno de Washington: la jira del ministro Artajo por Medio Oriente y los pactos .hispano-árabes tendían a facilitar una aproximación entre Estados Unidos y las naciones de Medio Oriente. Los acuerdos de España con algunos estados árabes podrían, jurídicamente, mezclar a todos los firmantes en el juego de la defensa. Pero las figuras jurídicas no poseen longevidad en los días que corren.
Artículo publicado en el Diario Democracia
Edición del Martes, 7 de Octubre de 1952 (pág. 1)