UN TITIRITERO DEL PETROLEO

Gulbenkian se Quedó sin Trabajo con Mil Millones de Dólares

Por Victor Almagro

EXCLUSIVO

PARIS. — Periodistas que se complacen en fáciles analogías, llamaron a Gulbenkian el  “Talleyrand” del petróleo. Quizás sea una calificación excesiva. Lo cierto es que este armenio silencioso —personaje fugado de las páginas de “Un ataúd para Demetrios”— jugó un gran rol en la política mundial. Eran otros tiempos. El Imperio británico disputaba a través de Deterding y de la Royal-Dutch los espacios vitales al grupo Rockefeller. De esta disputa entre caballeros de club nacieron media docena de revoluciones, cinco golpes de estado en los Balkanes, varios asesinatos políticos en Medio Oriente y otras tantas fortunas rápidas. Fueron años de delirio financiero, de combinaciones audaces, de contratos felices y sangrientos. Todo se realizaba en la penumbra de bares acolchados, con medias palabras y gestos de truco.

 Calouste Sarkis Gulbenkian (nacido en Armenia hace ochenta y tres años) había llegado al negocio turbio y denso del petróleo pasando por Constantinopla, por Londres, por Oriente.

Su amistad con Sir Henry Deterding selló definitivamente su destino personal con los intereses del Imperio Británico. Cuando el sátrapa Abdul Hamid cae en Turquía en 1912,  Gulbenkian obtiene su primer gran victoria financiera. Mosul y sus yacimientos estaban a la vista, agentes alemanes estaban interesados, ríos de champagne, de marcos, de libras y de otras tentaciones corrían hacia el contrato. El joven armenio ganó a todos de mano y obtuvo para sí, o sea para la City de Londres, un convenio en el que se reservaba el 25 %  de las acciones en la Turkish Petroleom Co. Sus negocios le dictaron la política de apoyar financieramente a los Jóvenes Turcos, aunque Gran Bretaña no contemplaba oficialmente este acto, con simpatía.

Pero el Imperio tenía métodos sutiles. Dos años más tarde, el Banco Nacional de Turquía cedía a la Anglo-Iranian, por intermedio de Gulbenkian, el 50 % de la participación en la explotación petrolífera de Mosul.

 ¡Qué tiempos!

Su cuartel general se encuentra en el Hotel Ritz, en Lisboa. Gulbenkian recibe semanalmente más correspondencia que el gobierno portugués. Pero las noticias que le llegan en estos días sombríos del capital financiero internacional no deben hacer sonreír al viejo pirata. Los esclavso[1] han aprendido a leer y a escribir. El bisonte Gómez no gobierna más en Venezuela, el pueblo persa ha nacionalizado el petróleo, Jordania tiene un rey loco que es antibritánico (aunque se sospecha que es pro-yanqui) y la energía atómica está inventada. El petróleo amenaza perder en pocos años su antigua significación política. Gulbenkian está refugiado en su hotel particular de París, la hermosa capital batida por los resplandores de una guerra civil en potencia. Su mujer acaba de morir. Ha quedado solo. Desde su despacho leerá los telegramas del Extremo Oriente, mientras recorre con los ojos las modificaciones del mapa en el último medio siglo. ¡Qué lejos ya aquellas operaciones cruentas pero perfectas que hacían caer un gabinete, aquellos impecables asesinatos de opositores molestos, aquellas elegantes cláusulas en los contratos de porcentajes! Aun se recuerda el sobrenombre que los periodistas franceses dieron al señor Gubelkian[2] cuando intervino en un negocio internacional de petróleo.

Franceses y norteamericanos, obtuvieron el 20 y el 75 % de la operación y Gulbenkian sólo el 5 %. Se lo llamó “Monsieur 5 %”. La cifra no era tan insignificante como parece: la fortuna del petrolero armenio se calcula hoy en 1.000 millones de dólares. Tiene un yatch para desplazarse por el mundo que un día casi dominó.

 Hoy encuentra los océanos demasiado pequeños.

Articulo publicado en el Diario Democracia

Edición del miércoles 23 de julio de 1952 (Pág. 1)


[1]  Error de edición esclavso, en vez de esclavos

[2] Error de edición

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