LOS YANQUIS PREPARAN EL TERCER DESASTRE
Feroz Ofensiva de Intimidación Psicológica a la Cansada Europa
Por Victor Almagro
EXCLUSIVO
PARIS- En mayo de 1945 concluyó un episodio de la segunda guerra mundial, pero las tropas de ocupación- orientales y occidentales- no volvieron a sus hogares. La crisis incubada en la economía del seno mundial y sobre todo en los Estados Unidos, por la anarquía de la producción y el despilfarro capitalista solo había sido conjurada por la sangrienta solución de la contienda. En la Unión soviética se había erigido en un cuarto de siglo una despótica burocracia divorciada de los intereses del proletariado ruso, que sólo atendía a su autopreservación.
Al iniciarse el llamado periodo de “paz”. Estados Unidos se enfrentó a un movimiento nacional en América Latina que ponía en peligro su dominio continental (de la cual extraía el 50% de sus ganancias mundiales) y que aceleraba su propia crisis interior. En los círculos de Wall Street y de sus sirvientes políticos apareció claramente que un nuevo período de intensificado rearme era la única salida para exportar dicha crisis y proporcionar renovadas ganancias a las grandes corporaciones. Así nació el espectro de la “guerra fría”.
La panacea del Plan Marshall
El Plan Marshall surgió como una tentativa de apuntalar a los vacilantes imperios coloniales europeos que veían desvanecerse las fuentes seculares de su poderío. Dicho Plan transformó a varios países de Europa en “gerentes” continentales de Estados Unidos. El precio de dicha ayuda era moneda política. Su manifestación pública era el rearme; su objeto, la tercera guerra mundial. A seis años de aquella paz, la vieja Europa está cansada y hastiada de las dos grandes guerras anteriores, de cuyas heridas aún no se ha repuesto. Pero bajo la presión norteamericana debe situarse ante la perspectiva de un tercer conflicto mundial, cuyos relámpagos precursores emanan de sus propias conferencias de desarme.
La prensa europea refleja estas trágicas vísperas. Como en la fabula del aprendiz de brujo, cada paso adelante en el notorio Pacto del Atlántico desata fuerzas que sus protagonistas no podrán ulteriormente dominar. La ayuda del Plan Marshall no solamente interfiere en el restablecimiento de las economías europeas, sino que por su franco carácter bélico las conduce hacia el colapso.
Los yanquis estudian psicología
Toda tendencia que implique una moda superficial adquiere difusión inmediata en Estados Unidos. Es probable que en ningún país del mundo haya tantos psicoanalistas como en la patria de Babbitt, pero en ningún lugar se comprende menos los móviles íntimos del género humano. Freud es un famoso desconocido en Estados Unidos. Quizás sea ese el motivo de que los norteamericanos hayan lanzado con tal gozo infantil su campaña belicista en Europa.
Nadie cree aquí en los fines de guerra de esa nación (ni los obreros, ni los periodistas, ni los católicos, ni los stalinistas, ni los surrealistas y siquiera los ociosos). Pero todo el mundo siente su espíritu penetrado de la inminencia de la guerra, porque la fuerza tiene un modo especial de persuasión. Las revistas ilustradas y los grandes diarios carecen de toda independencia crítica. Un solo ejemplo; el diario “Combat” de París, está financiado por el Comité des Forges, de la industria siderúrgica. Esto es público y nadie lo ignora. Los grandes intereses financieros o industriales “hacen” la opinión publica en Londres como en Francia, en Italia como en España. El famoso “The Economist” de Londres era propiedad de Brandon Breckan, hombre de Churchill, ex ministro de Información y aventurero de las finanzas. La prensa francesa se nutre de los cables de Associated Press o de las inspiraciones probélicas de la edición europea, impresa en Paris, del “New York Herald Tribune”. No es difícil conjeturar el destino de los millones de dólares recientemente votados por el senado yanqui para “contrarrestar la propaganda comunista”. En una feroz ofensiva de intimidación psicológica, los hombres de Wall Street preparan al fatigado pueblo europeo para la tercera guerra mundial. Nadie puede decir cuando estallará. Pero no se encontrará ningún profeta que vaticine como concluirá.
Artículo publicado en el Diario Democracia
Edición del Sábado 26 de Enero de 1952 (Pág. 1)