EL IMPERIALISMO EN CRISIS

Los Egipcios Desbaratan las Maniobras Inglesas Tendientes a Crear Estados Tapones

Por VICTOR ALMAGRO

EXCLUSIVO

PARIS, (para DEMOCRACIA). – Con la empresa militar de Kichtener, Egipto se enfrentó a una situación paradójica: formalmente dependía del imperio otomano, pero en la práctica era un protectorado británico. La total influencia inglesa en los asuntos egipcios engendro a principios de este siglo un vigoroso renacimiento de la conciencia nacional. El nacionalismo asumió la forma de un movimiento político, a pesar de las hábiles tentativas del Ministerio de Colonias para comprometer y corromper a destacadas figuras egipcias en altos puestos de la administración colonial.

            El estallido de la primera guerra imperialista obligó a Gran Bretaña a formular una declaración en la, que afirmaba que “Egipto esta colocado bajo la protección de su Majestad, y constituirá, de aquí en adelante, un protectorado británico”.

            Los aventureros hacen su juego

            La primera guerra mundial presentó para el imperio británico en peligro, la amenaza de una rebelión general del mundo árabe, incluidos aquellos Estados oprimidos por los turcos. 

Al gobierno de Londres se le hizo necesario canalizar y utilizar los movimientos de independencia árabe en beneficio de sus propios fines de guerra y de su ulterior control del Medio Oriente.

            La personalidad de T. E. Lawrence adquirió en esta tarea un alto relieve.

            En 1922 el protectorado de Inglaterra sobre Egipto se hacia demasiado complejo.  Los gastos de la corona no compensaban los sinsabores políticos; había llegado el momento de dejar a Egipto que cargase con los gastos de una semiindependencia, reservándose el gobierno de Londres únicamente el “indirecte rule” o sea el poder invisible.

            Egipto se transformaba de colonia a semicolonia, sistema de dominación que los británicos han elaborado con suprema eficiencia.

Gran Bretaña declaro en esa oportunidad que Egipto era “un Estado soberano e independiente”. No obstante, los ingleses reservaban para si el derecho de asegurar las comunicaciones imperiales con Egipto, el control del Canal de Suez, la protección contra toda agresión o ingerencia directa o indirecta de alguna potencia no británica, la protección de los intereses extranjeros y de las minorías y, sobre todo, las del Sudán.

            Ya hemos visto en una crónica anterior cuál fue el papel y los beneficios que extrajo de Egipto la Compañía Universal del Canal.  Gran Bretaña controla gran parte de sus acciones, aunque su participación en la “defensa” del Canal de Suez (en realidad defensa de sus propios intereses en Medio Oriente) fue el resultado de un beneficio militar y político especial concedido por políticos egipcios bajo la persuasión de los cañones británicos.

            La caducidad de la concesión otorgada a la Compañía del Canal resulta para los políticos de Londres un asunto diferente de su presencia en la zona del Canal, que no esta sujeta virtualmente a contrato alguno, sino a la relación de fuerza, desfavorable actualmente para Egipto.  En cuanto al Sudan, la política seguida por Kichtener, cuya conquista de esa fracción del territorio fue premiada con el Alto Comisariato en Egipto, fue la de crear un sistema de intereses sudaneses unido a la industria textil británica, del mismo modo que los Estados del sur norteamericano estaban ligados a la industria ligera de Gran Bretaña.

            En la actualidad hay en sudan 25.000 grandes y pequeños terratenientes productores de algodón, que venden ese artículo a los industriales textiles de Lancashire y cuyos intereses económicos están profundamente unidos al mundo imperial británico.  De ese hecho se deriva la oposición de ciertos sectores sudaneses a la unificación con Egipto. Según puede apreciarse, el rol británico en la invención de pequeñas “soberanías” ha sido el mismo en la India, en el Río de La Plata o en Sudán.

            El tratado de 1936 agoniza

            La crisis mortal del imperialismo, la segunda gran guerra y el surgimiento simultáneo de poderosos, movimientos nacionales en Asia, Medio Oriente y América Latina permitieron al joven Estado egipcio asestar fuertes golpes a la dominación británica. El tratado de 1936, que tenía un plazo de 20 años, había sido firmado en condiciones desfavorables para los intereses egipcios. Gran Bretaña disfrutaba en esos momentos de sus últimos años de grandeza imperial y todavía faltaban tres años para el estallido de la última catástrofe.

Los reinos de Siria, Iraq y Jordania y muchos otros Estados árabes surgieron de las galeras del Palacio de Versalles como los últimos trucos políticos de las viejas potencias.  Pero la conclusión de la guerra en 1945 dio nacimiento a la Liga Árabe, patrocinada por Gran Bretaña, en la creencia de que sería un dócil instrumento para dominar a cado uno de los países musulmanes.  El vertiginoso correr de los acontecimientos ha destruido el poder y la esperanza de la burguesía inglesa sobrevivida.  La Liga Árabe se ha convertido en el punto de reunión de una formidable política antibritánica.  Aún con el apoyo de Estados Unidos, que ve en Gran Bretaña el guardián del orden imperial en Medio Oriente, la influencia política de Londres en esa zona parece definitivamente arruinada. Sólo las tropas británicas evocan el pasado prestigio.  Pero desde Napoleón, nadie se sienta sobre las bayonetas.

Artículo publicado en el Diario Democracia

Edición del Domingo 20 de enero de 1952 (Pág. 1)

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